Libro: "L' Architettura poetica di Ricardo Legorreta" de John V. Mutlow (1997)
EL LEGADO DE RICARDO LEGORRETA
Por Melissa Mota
“El color no nos lo podemos quitar por el hecho de ser mexicanos”
Rircardo Legorreta
El 30 de diciembre de 2011 México perdió a uno de sus arquitectos más valiosos. Ricardo Legorreta, como ningún otro arquitecto, logró llevar a diversos países una arquitectura cargada de la esencia mexicana, despertando la admiración internacional de las formas, colores y texturas del país.
Desde pequeño se interesó por la arquitectura de diferentes regiones de México, y como pocos, dedicó su vida al estudio de su arquitectura, tanto de las construcciones prehispánicas, como de las virreinales y populares.
Cualquier persona que haya paseado por las calles y pueblos del país, sabe que México es una explosión de color; por donde uno voltee los ojos, éstos son invadidos por colores brillantes que reflejan la personalidad de la nación. Consciente y admirador de este rasgo distintivo, Legorreta convirtió el color en el protagonista de su arquitectura, combinando tonalidades, al igual que en la arquitectura vernácula, de una manera emocional y no racional.
Su arquitectura se caracteriza por ser atemporal, sus obras son un crisol de diversas etapas históricas del país traducidas a muros, colores y luz. Como todas las artes, la arquitectura es hija de su tiempo; además de ser funcional, resguarda elementos culturales inconscientes que se erigen en el tiempo, de esta manera son también documentos que nos hablan de nuestra identidad como nación. Legorreta mezcló los rasgos distintivos de cada etapa arquitectónica, sin olvidarse de la etapa en la que él vivió, fusionando así una arquitectura regionalista condensada y cargada de la identidad mexicana, sin caer en los clichés, con una arquitectura de corte moderno. Con esta amalgama logró ir contra la corriente globalizada, colocando en primer plano el valor de lo local (que en nuestro caso es el mestizaje, no sólo de raza sino de arte y arquitectura), sin menospreciar a la contemporaneidad.
Este mérito lo debe en parte a dos grandes maestros que tuvo durante su juventud; por un lado a José Villagrán, conocido como “el padre de la arquitectura mexicana moderna”, quien trajo el funcionalismo al país, y por otro, a Luis Barragán, el único arquitecto mexicano que ha sido reconocido por el premio Pritzker, quien fue pionero de la arquitectura regionalista y del cual Legorreta absorbió numerosas características como la resignificación de las raíces culturales, el aprovechamiento del contexto ambiental con la inclusión de jardines y patios, uso de materiales y artesanías locales y los colores intensos, siendo así su mayor discípulo y el continuador de su estilo.
En palabras de Fernando González Gortázar, “el regionalismo es verdaderamente una línea de pensamiento autónoma y autosuficiente, una postura cabal ante la arquitectura, la cultura, la sociedad y la historia (…), se trata de una arquitectura que nace de un contexto cultural y un medio físico perfectamente claros y actuantes y que, al estar lejos de ires y venires, adquieren un extraño carácter atemporal.”
Otra influencia importante en su trabajo fue la arquitectura emocional de Mathias Goertiz, la cual fue una contraposición a la arquitectura funcionalista, considerada como impersonal y fría, por lo que buscaba la congruencia con el clima y los materiales de la región, así como enfatizar la relación entre el ser humano, el espacio y la forma, con la intención de despertar la capacidad arquitectónica de transmitir emociones.
Además del color, la luz y el espacio, su arquitectura se distinguió por una relación estrecha con el arte, incluyendo obras de artistas como Alexander Calder, Rufino Tamayo, Mathias Goeritz, Pedro Coronel, Juan Soriano, Francisco Toledo, Pedro Friedeberg, y Vicente Rojo.
A diferencia de Barragán, quien se enfocó en una construcción mucho más íntima, Legorreta se abocó a una arquitectura a gran escala con construcciones de diversos géneros, como instalaciones industriales, bodegas, laboratorios farmacéuticos, edificios de oficinas, conjuntos administrativos, hoteles, museos, bibliotecas, centros de educación, recintos universitarios, conjuntos de vivienda colectiva, centros de investigación, espacios religiosos, centros financieros y bancarios, habitación unifamiliares y restauración de edificios coloniales como el Palacio de Iturbide y el Antiguo Colegio de San Ildefonso.
Su obra más emblemática es, sin duda, el hotel Camino Real de la Ciudad de México, construido para los visitantes extranjeros de las Olimpiadas de México 68. La importancia de este recinto recae proponer un espacio hotelero de nuevo tipo. En vez de construirlo verticalmente, como era la tendencia, Legorreta optó por un espacio horizontal con la inclusión de espacios verdes con la intención de brindar mayor intimidad a los huéspedes y ofrecer un espacio personalizado, creando una especie de oasis en la ciudad. Para este proyecto Legorreta pidió la colaboración de Mathias Goeritz para el diseño de la celosía que marca la entrada al lugar y de Luis Barragán para el diseño de los jardines y como consultor del paisaje.
Camino Real (https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhwH-36u_pPNIrebi2xawnhAyFS9Y2U61v6xoLunzu8ZuHs2pBkj6ZFKD3jpQ7zsXeA7C8aIUdwjzMoGCYFOtB-Icy3zggvwKlIaTCgsZFuWJKJgHyBdTSTt-A7bVh7Rjf23aALVg/s1600/caminorealmexico1561low.jpg)
Otros proyectos, también sobresalientes, son el museo MARCO de Monterrey, el Papalote Museo del Niño, la Biblioteca de Monterrey, la Biblioteca Central de San Antonio, el Museo de Zandra Rhodes, el Hotel Sheraton de Bilbao, Televisa Santa Fe, el Conjunto Juárez, y la Catedral de Managua.
El legado de Ricardo Legorreta recae en haber sido uno de los arquitectos que forjó el carácter de la arquitectura contemporánea mexicana al rescatar las tendencias regionales así como elementos de la arquitectura histórica. Sus construcciones donan a quien las visita una experiencia estética y emocional cargada de significados y conceptos que nos recuerdan el potencial de la arquitectura como expresión artística.
Opera Mundi, Enero 15, 2012