Thursday, April 27, 2006

LA CIUDAD DE ABANCAY /ARMANDO ARTEAGA

Foto: Panorámica de la Ciudad de Abancay.
 

Ciudades en movimiento
Foto: Torre de Catedral de Abancay.

LA CIUDAD DE ABANCAY
Escribe Armando Arteaga (*)

La ciudad de Abancay sufre los embates del crecimiento urbano desmedido que está cambiando aceleradamente su imagen urbana. Hasta hace tres décadas, Abancay era una ciudad con sus casas pintadas de blanco y los techos cubiertos de tejas rojas formando un conjunto de singular belleza; cuando se bajaba al llegar se miraba desde 500 mts. Desde lo alto de la carretera que envolvía los carros de nubes de polvo y viento, se observaba el tenue resplandor del sol que declinaba, y sus rayos besaban el fondo del florido valle: las casas de Abancay. Atrás quedaba el macizo imponente, la garganta rocosa que abría el majestuoso río Apurímac a la salida del puente Cúnyoc. Al dejar la pendiente, la campiña era suave y amable, llena de cultivos. Abancay era una ciudad pequeña, alegre, con calles rectas y avenidas anchas, enraizadas y solemnes, recuerda la evocación nostálgica de Luis Felipe Paredes, casonas asoleadas y frescas, mujeres hermosas y ese sentimiento serrano que se desprende de las cómodas estancias que suelen sorprender al visitante. En su plaza principal, un parque lozano que da posada al peregrino, la Iglesia Parroquial de una sola nave y un solo campanario. Para los turistas es: La Plaza de Armas con sus clásicas palmeras, la Catedral y la Capilla del Señor de la Caída. Al costado, pasando el malecón, un río de escaso caudal, el Mariño, que cruza la población. Más allá, atrás, está el Ampay, nevado sagrado, Apu centinela de la ciudad. Un conjunto de haciendas circundantes estrechaban el centro urbano de la ciudad e impedían su expansión y crecimiento.
Foto: Plaza de Armas de Abancay.
Últimamente, estas han sido parceladas y se ha dado un cambio al “uso de suelo”, acelerando el actual proceso de urbanización que padece actualmente la ciudad. La tierra abanquina, es terruño de clima templado, de vida apacible. Luis J. Benoit hizo varios films y fotografías sobre diversos paisajes peruanos en 1947. Estuvo en Abancay y nos dejo este guión turístico: “Abancay, capital del Departamento de Apurímac, es población importante y de alegre aspecto. Su nombre viene de “Amancay”, flor silvestre de color amarillo que abunda en la comarca. Está limitada por los altos flancos de los cerros y las curvas de los ríos Pachachaca y Mariño, y fue también habitado por los Chancas. De poco tiempo a esta parte ha adquirido un notable aspecto urbano gracias a las obras de mejoramiento y ornato locales y el auge de su agricultura y ganadería. Su campiña está hermoseada por las plantaciones de magueyes, molles, tunas y naranjas. En la ciudad existe un cómodo hotel de turistas para quienes deseen hacer una ‘pascana’, breve descanso en ella”.
Foto: Ingreso lateral de la Catedral de Abancay.
Una descripción más cercana de la ciudad de Abancay es la de Aurelio Miró Quesada S. en su libro “Costa Sierra y Montaña” (1964). La descripción de Miró Quesada., por ser cercana y una de las páginas más extraordinarias que se han escrito sobre esta ciudad, merece elogios aparte. Describe Abancay como “una población tranquila y recogida, con casas de colores claros, y calles que se tienden a la caricia blanda de un clima templado y agradable. El radio de la ciudad es poco extenso, porque se halla como reclinado al extremo de un valle, limitada por los altos flancos de los cerros, las curvas de los ríos Mariño y Pachachaca, y los amenos campos de cultivo de las haciendas y chacras cercanas. El círculo verde es tan estrecho, el sitio del campo a la ciudad tan extremado, que la hacienda Patibamba -la más importante y la más próxima- tuvo que ceder sus tierras para el desarrollo de Abancay”.
La expansión urbana que padeció Abancay cambió su fisonomía. De los inicios históricos dice Miró Quesada lo siguiente: “A pesar de ser un sitio antiguo de concentración de pobladores, el carácter actual de la ciudad data de fecha reciente. La dificultad de comunicaciones, la topografía hosca y accidentada de esta zona, habían mantenido a Abancay, a través de los años, como una simple ‘pascana’ en el camino. Fue sólo a partir del 28 de abril de 1873, al elevársele a ciudad y ser designada capital del Departamento de Apurímac, creado por ley promulgada en esa fecha, que la población comenzó a ganar importancia”. La centralidad urbana que gana esta ciudad comienza en los inicios del siglo XX con la consolidación de las instituciones republicanas. Miró Quesada sostiene que: “La capitalidad de Abancay despertó entonces -y la ha seguido manteniendo- la emulación de otra ciudad floreciente: Andahuaylas. Unida ésta a Ayacucho, como Abancay al Cuzco, su vida y sus condiciones han sido siempre muy distintas”. Aquí se debate la polaridad capitalina en dos centros urbanos importantes del departamento de Apurímac, se dan dos centralidades. La evocación de Miró Quesada es la de un atento viajero que percibe el rango y privilegio que ostentan estas dos ciudades con respecto a otros centros poblados: “Ubicada Abancay en una vega cálida de clima sin trastornos y de riego abundante, tiene una producción agrícola y en especial cañavelera, que ya el experto Alcedo encarecía en el siglo XVIII. Andahuaylas cuenta por su parte, con mayor población y más comercio, y por razones de clima y altura, la sobrepasa fácilmente en riqueza triguera y ganadera. Su comunicación principal es con Ayacucho; en tanto que Abancay posee mayor contacto con otras provincias del Departamento: Aimaraes, Grau (antes Cotabambas) y Antabamba. La vida en Abancay era bucolica. La mayor parte de las casas presentan unas llanas paredes encaladas, y tienen balcones y puertas de madera, pintadas de colores brillantes, especialmente azul o verde. Casi todas además, son modernas y sólo en muy pocas construcciones se guardan los viejos rasgos típicos: amplios zaguanes, pisos severos de ladrillo, balcones decorados, como una de gratas sugestiones que dobla en una esquina de la Plaza Mayor”.
Foto: Frontis Principal de la Catedral de Abancay.
El ambiente urbano monumental de la Plaza provoca en Miró Quesada un estique detallado y estupendo de este discreto espacio: “En esa misma Plaza, sencilla y asoleada, está la Iglesia. Ocupa todo un lado, aunque su puerta principal no se abre allí, sino a una de las calles laterales; tiene una sola torre con un campanario, y en el interior una nave larga con altares modernos. Sólo resaltan el frontal de plata del altar mayor, que sube, en planchas de plata también, hasta el tabernáculo; y dos columnas salomónicas, seguramente restos de la antigua fábrica, que vemos reclinadas sobre una pared”.

La descripción del viajero expone los contrastes, destellos y virtudes de esta ciudad de Abancay. Aquí lo urbano: “En mis diarios paseos matinales, bajo el sol confortante, veo la plaza con la estatua de Antonio Ocampo, el edificio de la Municipalidad, el Mercado de Abastos, el alegre Club, la vasta casa del Colegio Grau, con su campo de deportes atrás, que por la inclinación del terreno viene a quedar al nivel del piso alto. Visito también la casa moderna de la Corte, con su agradable jardín interior. Algo más lejos, la vieja y triste Cárcel, donde no se puede reprimir una profunda impresión dolorosa”. Aquí lo rural: “En busca de aspectos más amables, discurrí luego por las rutas del campo. Dejando las calles empedradas, fui hacia las huertas protegidas por ‘pircas’, o los pastizales en que pace el ganado. Algunas veces me cruzaba con autos vocingleros o con arrogantes caballos de paso. Otras veces eran indios, que bajo la sombra de los sauces y los ‘patis’ obscuros, se detenían para gustar, entre un denso perfume de eucaliptos, la triple frescura del maíz: hervido en el mote, molido en la mazamorra, y tostado y sonoro en la ‘cancha’. Por otro lado magueyes de altas varas, cañaverales de lindo color verde o dorado, molles, tunas, naranjos, cultivos de pan llevar, cafetales. Más lejos, chiquillas que lavaban ropa en las acequias o en el río, o que se bañaban con gracioso impudor, totalmente desnudas. Así quedarían más frescas para volver luego a la ciudad con el vaivén alegre de sus cuerpos trigueños”.
Foto: Hotel de turistas de Abancay.
Hay también en estas evocaciones gratas pinceladas de los elementos ibéricos y nativos que sincretizaron en lo mestizo cuando describe la arquitectura y los espacios de las casas haciendas: “Guardo todavía en el oído, ecos de esos cantos, cuando algunos amigos me llevan a presenciar el espectáculo de la puesta del sol desde la gruesa torre, con sonora campana, que se eleva en la hacienda Patibamba. Por la firme escalera de cal y canto subo a la parte alta. Allí veo los juegos de rojos y naranjas, las nubes que cambian su vivo tono blanco por velos transparentes, cada vez más lejanos y pálidos: violetas, verdes, azules, rosas, perla. ‘Parece un mar’ dicen las gentes, sorprendidas de hallar en esta tierra tan mediterránea, un recuerdo del agua y de las olas entre las cumbres -que a veces semejan islas- de los montes enhiestos. Lentamente,va cayendo la noche. Por los caminos de la hacienda, cercados por ‘pircas’ y bardales, avanzan, entre nubes de polvo, las ovejas; o resuena el trote agitado de las mulas que vienen a gozar, desde quién sabe qué campos cercanos, del sabroso reparo de la ‘inverna’. El humo de la chimenea se disuelve; y en vez de los ruidos del trapiche, sólo se escucha la caída del agua, el golpe de los cascos que hacen crujir las cañas secas y los últimos toques de la campana con su sonido viejo y bronco”.
Foto: Municipalidad de Abancay.
Ese es el escenario de Patibamba, la antigua hacienda. Discreto suele ser el encanto de San Gabriel y la presencia del viejo Puente de Pachachaca: “Otras veces, sigo por rutas más lejanas. Paso por San Gabriel y por Illanya: esa hacienda en la que todavía puedo apreciar la antigua casa, con habitaciones decoradas, glorietas de juego o de reposo, bello jardín con frutas y cascadas, avenidas de rosas y eucaliptos y, derramándose en el campo, las flores lilas del jacarandá. Avanzo hasta el puente tradicional de Pachachaca. Batido por el viento, frente a la nieve eterna del Ampay, y -casi bajo ella- las plantaciones de clima caliente de la vega; me detengo a observar el viejo puente: su arco de cantería, su calzada con amplitud para dos coches, su pretil enlucido y su hornacina al medio, como para una imagen o una cruz que no existen”. “Es uno de los mejores que hay en todo el Reino -decía el coronel Antonio de Alcedo en el siglo XVIII- y el primero que se construyó en él con todo su primor de arte” y Concolorcorvo repetía: “fue fabricado con todas las reglas del arte”. De Abancay se puede decir de sus comienzos que fue nuestra ‘aldea decorosa’, inspirada por el lego andino y cierta visión de los hacendados, quienes concibieron el trazado de una villa para la era del automóvil. La ciudad creció y hoy es una cosmopolita ciudad, un recinto autónomo y espontáneo, donde aldea y hacienda se dieron la mano para su final configuración. Nos ha extendido su legado, por ello hay que cuidar este patrimonio natural y cultural que es Abancay, hay que impedir que su centro histórico se sature, hay que hacer planeamiento urbano en sus calles y manzanas, para que sobreviva, siempre ella, a los requerimientos de estos tiempos modernos y vigentes.

Abancay histórico.

 
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Calle antigua del Centro Histórico de Abancay.

1 comment:

JoJiMoTo said...

SE TIENE QUE RESALTAR AL SANTUARIO NACIONAL DEL AMPAY, QUE REGULA EN MEDIDA IMPORTANTE LA HUMEDAD Y TEMPERATURA DEL VALLE. POR TODO LO DEMÁS SE PUEDE DECIR QUE ES UN APORTE IMPORTANTE. FELICITACIONES!!!!

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