Sunday, December 30, 2007

NI UN CARACHO, PARA CAMACHO/ ARMANDO ARTEAGA

NI UN CARACHO,
PARA CAMACHO

Por Armando Arteaga

Al borde de la carretera de Canta hacia Obrajillo, una casa pintoresca y avisada bajo el nombre de Villa Aurora llama la atención de los despistados viajeros y caminantes, que suelen observar con cierta admiración el espécimen arquitectónico de adobes, rodeados por la bucólica chacra sembrada siempre por Filiberto Camacho Alvarado, ciudadano peruano olvidado, el poeta labriego, que así reza el sello de su Mensaje de formación Real, tres hojas pragmáticas editadas a mimeógrafo, el sumario de su prosapia campesina. Camacho tiene actualmente 87 primaveras y quiere vivir hasta los 99 y medio años. Me dice que nunca, o casi muy poco, ha utilizado dinero para comprar cosas. Ha vivido truequeando todo para sobrevivir.

De las tantas veces que hemos conversado, nos hemos hecho amigos. Siempre que he pasado de paseo, trabajo o estudio, a Canta y a Obrajillo, lo he visitado para intercambiar parrafeadas. La última vez que lo he visto -hace unas semanas-, me recibió con uno de sus pizarrines (o moralejas) Si tomas mucha viada, ten cuidado en la parada. Iba apurado ese día. Y el tiempo andino es de otra magnitud al de nuestras exigencias urbanas. Allí también, en el reloj de lo eterno, existen contradicciones.

Sentado en su amplio poyo familiar del patio de su casa, construida adobe tras adobe con sus propias manos, este arquitecto espontáneo de su destino se queja del olvido hasta de sus propios vecinos, mientras desgrana los minutos del choclo de la tarde en Canta. Observo, en silencio, su comprensible amargura, su estoica manera de mirar el mundo. Su hablar, su percepción, respiran un discreto encanto.

Filiberto Camacho es algo así como un Pedro Nadie de la canción del argentino Piero, pero no va con rodeos, estigmatiza con un toque mágico su presencia que se perfila en sus gestos, en los muebles rústicos de su casa en toda la atmósfera que ha impuesto a la obra de su vida. No acepta las compasión que un visitante urbano pueda tener ante su acción. Filiberto Camacho deja de desgranar los minutos de la tibia tarde canteña, que vive afuera un bullicio de fiesta, que despreocupa a este viejo amauta, hombre sencillo, y de gran sabiduría popular, de nuestro entrañable país.

(Publicado en el Diario Expreso, Jueves, 07 de Noviembre de 1991).

1 comment:

Carlos Zeballos said...

Estimado arquitecto
Sólo unas breves líneas para desearle un 2008 lleno de parabienes y éxitos, y ojalá nos siga regalando con sus interesantes escritos a través de su blog.
Un fuerte abrazo
Carlos

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