UN PREMIO PRITZKER EN MONTERREY
Tadao Ando
sentado en un sofá verde
EL PAÍS
conversa con el arquitecto japonés en la inauguración de su primera obra
pública en Latinoamérica, un monumental edificio de hormigón para la
Universidad de Monterrey.
Centro Roberto
Garza Sada, diseñado por Tadao Ando. / U. DE MONTERREY
El maestro Tadao Ando, 71 años, premio Pritzker de arquitectura en 1995, se acaba de sentar en un sofá verde. En la sala hay un fotógrafo y una chica que está grabando el momento con una cámara de vídeo. Tadao Ando se saca un peine del bolsillo y se peina el flequillo. Su peinado es como si un huracán minúsculo le hubiese pasado al lado de la oreja derecha y le hubiese planchado el flequillo en diagonal sobre la frente.
1. EL ORDEN DE UN ARQUITECTO
–La primera
pregunta es…
Tadao Ando corta
al reportero mascullándole algo en japonés a su traductora, también japonesa, y
ella traduce lo que masculla el maestro.
–Dice que solo
tenemos 15 minutos. ¿Por qué en vez de hacer primera pregunta, segunda
pregunta… no hace todo en una sola pregunta?
El periodista
responde que preferiría ir pregunta por pregunta. Ella traduce sobre la marcha
y Ando vuelve a refunfuñar. La traductora, de nombre Shinobu Saki, reitera sus
órdenes.
–Quiere que haga
las preguntas uno, dos, tres, cuatro todo seguido.
–Es que hay
preguntas que no tienen nada que ver entre sí –dice el periodista.
Ella traduce. Él
escucha. Él masculla. Ella lo traduce de nuevo.
–No, no, no, sí te
voy a contestar. ¿Me das las preguntas?
Y el periodista
baja los brazos: “Ok”.
2. MONTERREY Y NOTRE DAME
El miércoles
pasado en Monterrey
el día estuvo gris, frío y con una lluvia fina a la que en México llaman mojapendejos.
Tadao Ando estaba en esta ciudad para inaugurar su primera obra pública en
América Latina, el Centro Roberto Garza Sada de Arte, Arquitectura y Diseño,
un monumental edificio de hormigón visto que ha diseñado para la Universidad de
Monterrey.
El periodista hace
sus cuatro preguntas seguidas. Shinobu Saki termina la traducción y el maestro
Ando, vestido con un sencillo traje negro y con una bufanda azul, comienza su
monólogo.
-Primero, la
arquitectura es un ser. Y es importante dónde va a vivir esa arquitectura. No
puedes separar la obra de su entorno. Cuando llegué por primera vez a Monterrey
lo primero que me llamó la atención fue un paisaje donde se encontraban las
colonias pobres, y junto a ellas montañas impresionantes. ¿Qué es lo que voy a
hacer en este medio ambiente? Un edificio es algo que debe quedar como una
imagen impresionante para los que construimos y para las personas que viven en
ese medio. Tiene que dar una esperanza a todos esos actores participantes. En Francia tenemos la
catedral de Notre Dame y ese edificio fue construido en una época en la que
alrededor de esa catedral todo era pobreza. Lo que yo pensé era construir un
edificio en el que los estudiantes y todos los visitantes a este campus de la
universidad, al entrar, sintiesen una esperanza dentro de sí mismos. Doña
Márgara pidió que construyera algo que pudiera transmitir la esperanza a todos.
Y ese mensaje fue algo que me impulsó para construir esta obra.
3. DOÑA MÁRGARA
Margarita Garza
Sada de Fernández es hija de Roberto Garza Sada, un industrial fallecido en
1979 al que han dedicado el centro. Ella ha sido la mecenas del edificio. Doña
Márgara es una mujer mayor. Un día antes de la inauguración nos recibe en el
patio de entrada de su mansión colonial. Hay una fuente con un chorrito de agua
continuo que le da un sonido zen a la conversación sobre Tadao Ando y su nuevo
edificio. “Él no es muy platicador”, dice cuando se le pregunta cómo es el
arquitecto japonés. Ella tampoco es muy habladora. No suele hablar con los
medios. Dice que prefiere estar como ha estado siempre: “En paz”. Al lado de la
fuente hay unas preciosas gallinas artesanales hechas de mimbre.
Tadao Ando aceptó
el encargo de diseñar el centro en esta misma casa una tarde del año 2007.
“Vino a merendar”, recuerda doña Márgara. “Tomamos un cafecito y unas galletas”.
Cuando terminó la merienda, el arquitecto japonés se fue al aeropuerto, se
subió a un avión en dirección a Los Ángeles y durante el vuelo dibujó el boceto del centro
en una servilleta.
La señora Garza
Sada no tiene nada más que contar de cómo consiguió que Tadao Ando le hiciese
el edificio. Durante la entrevista también habla de cómo era Monterrey cuando
era joven, y se alegra de recordar cómo en los años cincuenta, ella y otras
cinco o seis señoritas de la capital industrial de México montaron una
manifestación de “200.000 personas” que logró frenar un proyecto educativo del
Gobierno nacional que se conoció como el texto único y que según ella
tenía tendencias “comunistas”.
–¿Para usted que
significaba el comunismo?
–Algo espantoso
–dice Margarita Garza Sada de Fernández.
4. MONTAÑAS Y HORMIGÓN
El edificio es un
voluminoso rectángulo gris en medio de un valle rodeado de montañas. En la base
hace una forma de tijera que deja un amplio hueco de paso geométrico por debajo
del edificio. Enfrente de la fachada principal del edificio se ve el paisaje
industrial de Monterrey. El cauce seco de un río, fábricas, cables de alta
tensión y al fondo una alfombra gris de barrios populares al pie del cerro de
las Mitras, una montaña de unos 2000 metros de altura con picos que recuerdan a
las tocas puntiagudas de los obispos.
Los montes son el
mayor símbolo de identidad estética de Monterrey y de su zona metropolitana,
una conurbación de cuatro millones de habitantes con un urbanismo en general
mediocre. El Centro Roberto Garza Sada rompe de manera aparatosa la banalidad
industrial del lugar. “Es un gran edificio de referencia”, opina Miquel Adrià,
director de Arquine,
la principal revista de arquitectura en México. Entre los expertos, la carrera
de Tadao Ando se divide en una primera etapa de obras pequeñas y
muy elogiadas (la Casa Azuma, 1975, o la Capilla de la Luz, 1989) y una
segunda, después de ganar el Pritzker, de costosas obras monumentales (como el
museo Fort Worth, 2002) a las que la crítica le achaca una pérdida de control
de la escala en beneficio de la espectacularidad: un tema de debate del que
ahora pasará a formar parte el contundente edificio de Monterrey. Adrià
considera que es un edificio de calidad pero “desproporcionado”, un lujo en el
sentido negativo, por exceso, y también en el sentido positivo, por envergadura
estética: “Es una obra virtuosa, con un grado de contorsionismo espectacular
[dice a propósito del complejo hueco geométrico de paso] y con unos espacios interiores muy ricos”. Agustín Landa, un
reconocido arquitecto con base en Monterrey, opina que Ando no ha conseguido
hacer un edificio adaptado al entorno. “Es un proyecto que podríamos poner en
cualquier otro lado. No ha entendido el lugar”.
5. ARQUITECTURA Y BOXEO
El periodista
levanta el dedo índice como un alumno en el aula.
–Tengo una duda
–dice, y espera a ver si el esquema de entrevista marcado por Tadao Ando
concede la posibilidad de la duda.
Shinobu Saki se lo
transmite bajando la voz, con cierta aflicción, como si hubiese sido ella la
que ha interrumpido el discurso del maestro.
Él acepta con un
gesto de cabeza afirmativo.
–Gracias –le dice
el periodista. Harigato, le dice la traductora-. No me queda claro
cuál es para usted el vínculo del edificio con el entorno.
Él responde.
–Más que vínculo,
están integrados. Los ciudadanos de Monterrey admiran al monte de las Mitras.
Lo que deseo es que las personas que están en este lugar vean por un lado un
edificio artificial y por otro lado un paisaje natural representado por las
montañas, y que en ese momento se fusionen estas dos imágenes que ven y que se
cree una nueva esperanza dentro de sí mismos. En todo el mundo actualmente la
arquitectura es un negocio, construir y vender, pero la arquitectura es mucho
más que eso, es algo sagrado, no es negocio. Es lo que yo pensaba para diseñar
este edificio.
La última de las
cuatro preguntas seguidas del periodista trataba de saber qué relación hay
entre un boxeador y un arquitecto minimalista. En su juventud, Ando llegó a
participar en campeonatos internacionales de boxeo.
–El boxeo es un
deporte sagrado, porque es una lucha de los seres humanos uno contra uno. En
ese sentido, el arquitecto se enfrenta a la arquitectura como un individuo con
un ente. Y todos, por ejemplo los que hicieron esta viga, los que hicieron el
techo, o los que hicieron el piso, cada uno y todos individualmente están
enfrentándose con la obra y luchan contra ella. No fui yo solo quien construyó
este edificio. Es el resultado de muchas personas. Nadie se rindió. Todos
lucharon hasta el final para construirlo.
6. ALBAÑILES
El combate de los
albañiles mexicanos con el vanguardista edificio del arquitecto japonés tuvo
momentos delicados y otros de risa. Hubo obreros que abandonaron la obra porque
los superó la presión de construir con una exactitud milimétrica. “La manera
mexicana de hacer las cosas es la rapidez, el ahí se va”, explicaba a
pocas horas de la inauguración Antonio Balderas, jefe de albañiles, cargo que
en México recibe el fantástico nombre de mayordomo.
Una cosa que le
costó comprender a los obreros fue que hubiese que dejar pequeños huecos
circulares en la superficie del hormigón. Los agujeros en el hormigón visto son
un sello de estilo de Tadao Ando, pero los albañiles no lo sabían y hubo
algunos que se lanzaron a rellenar los huecos para que el edificio del premio Pritzker no quedase
feo.
Hubo también
soluciones ingeniosas en medio de la excelencia constructiva. Normalmente los
huecos en el hormigón los hacían con unos tapones de plástico adecuados para
tal fin, pero a veces no había tapones para todos, o no estaban a mano, y los albañiles
descubrieron que el resultado era el mismo si se hacían los agujeros con
tapones de refrescos.
La gente que ha
trabajado con el arquitecto japonés en sus contadas y breves visitas de obra a
Monterrey dice que normalmente estaba serio, pero que cada vez que iba había un
momento especial en que pedía que se reuniese a los obreros locales para
hacerse una foto con ellos. Entonces, con un casco de obra sobre su esmerado
peinado transversal, rodeado de albañiles, Tadao Ando, un genio de la
arquitectura que no pasó por la universidad, sonreía.