La arquitectura española, a la guerra
El estudio AV62 gana el concurso para construir el Museo Nacional de Afganistán en KabulLas medidas de seguridad serán una de las claves del proyecto
Barcelona 19/SEP/ 1012
El despacho de arquitectos AV62, de Barcelona, formado por Victoria Garriga y Toño Foraster, que ya ganó el concurso de ideas para el barrio de Adhamiya, en Bagdad,
se ha hecho ahora con el del proyecto para el Museo Nacional de
Afganistán, en Kabul, un edificio destinado a albergar el relato
esencialmente histórico y artístico de este país poliédrido, cruce de
civilizaciones y en guerra desde hace décadas. Los arquitectos catalanes
se impusieron a otro equipo español, el de Tuñón y Mansilla,
que quedó en segundo lugar de los 70 —de 43 nacionalidades diferentes—
que se presentaron al concurso organizado por el ministerio de Cultura
afgano y la Embajada de Estados Unidos en Kabul.
Los pliegos exigían experiencia museográfica, haber trabajado en
países musulmanes y en lugares en conflicto, condiciones que reúne la
gente de AV62. Nadie del estudio, sin embargo, ha pisado todavía la
capital afgana, aunque piensan hacerlo en breve. De hecho, Garriga y Foraster
se hallan ahora enfrascados en los preparativos para viajar a Bagdad
para recoger el premio del barrio de Adhamiya, un proyecto que ahora,
tras la dimisión del alcalde de la capital iraquí, parece atascado en
los meandros de la burocracia, algo muy habitual en todos los grandes
proyectos públicos en Irak. No parece que vaya a suceder lo mismo en
Kabul, apunta Foraster, porque tanto el Kabul como Washington, están muy
interesados en sacarlo adelante lo antes posible.
El proyecto tiene más de una peculiaridad. Con el museo se pretende
establecer una determinada historia de Afganistán, un hilo conductor en
el que los afganos puedan identificarse o, al menos, seguir las trazas
de sus múltiples historias. Debido a las décadas de guerra, las obras de
arte —cuando no han sido destruidas o dinamitadas como los budas
gigantes de Bamiyan— se han perdido, se encuentras desperdigadas o no
están catalogadas, razón por la que los diseñadores del museo ignoran
cuáles deben ser sus dimensiones, o cuál será finalmente la colección y
la distribución de las obras. Con estos condicionantes el proyecto se ha
concebido en torno a un modelo de “espacios deformables y flexibles
capaces de adaptarse al devenir de los tiempos", cuyo referente,
reconoce Garriga, es en último término el tipo de espacios modulares que
se crean en la Mezquita de Córdoba, uno de los iconos del mundo
islámico. Este tipo de construcción se extiende o reduce en función de
las necesidades y cuadra con el proceso de creación de un proyecto
museístico que está todavía por definir.
Definir este relato supondrá un fuerte debate, no precisamente
académico, sino esencialmente político y social, dada la variedad de
culturas que en uno u otro momento han pasado por Afganistán y su
relación con los cánones de una sociedad islámica. “Es evidente que se
planteará el problema de la representación de la figura humana”, señala
Foraster. “¿Qué harán con las esculturas de Bagram, de extracción hindú,
en las que hay mujeres con grandes pechos desnudos? ¿Qué pasará con la
inevitable referencia a los budas de Bamiyan? A lo mejor quieren dar más
importancia al periodo mogol, cuando se produce la islamización, y
pasar por encima de otros...”, añade.
El modelo diseñado por Foraster y Garriga se basa en un espacio no
orgánico. “No imponemos un recorrido, sino que permitimos que los
espacios puedan modificarse con facilidad en función de la lectura que
se quiera hacer”, señalan. La parte más determinante del proyecto, sin
embargo, es la que hace referencia a la seguridad. La violencia todavía
muy presente y la actividad terrorista obliga a que todo el conjunto del
museo esté rodeado por un muro de seguridad perimetral. Este “universo
cerrado dentro de un muro” les permite a los arquitectos entroncar con
la tradición de la casa patio o de la mezquita: “un perímetro que
permite confinar la naturaleza y la vida para preservarla y protegerla
de un entorno hostil, en la tradición de la gente del desierto “amante
de las matemáticas y la geometría”. Sobre el muro-perímetro se apoyan
unas cubiertas abovedadas. longitudinal del edificio. Dentro de este
espacio se diferencian ciertos ámbitos mediante cúpulas y patios. “Las
cúpulas”, explican los arquitectos, “frenan y concentran el recorrido,
introduciendo la verticalidad y el cielo en el edificio, mientras que
los patios amplían las visuales e introducen la luz natural”.
Como en el proyecto de Bagdad, la gente de AV62, ha optado por “una arquitectura capaz de acoger las actividades humanas, desde las más corporales —sombra, frescor, bienestar corporal, descanso, encuentro...— hasta las que nos permiten interpretar el mundo y exorcizar nuestros temores a través de arte, la poesía o la magia”. Otra de las condiciones que incluía el concurso de ideas era que la construcción debía poder ser realizada, al menos en parte, por trabajadores locales, lo que suponía la incorporación de técnicas de edificación tradicionales.
Sobre la posibilidad de que finalmente se construya el museo o se lleve a cabo la revitalización de Adhamiya, Garriga y Foraster mezclan dosis de realismo y determinación: “No es un problema de dinero, sino de cómo pasar de un proyecto de ideas a otro de construcción. Son las autoridades las que ahora deben realizar el proyecto definitivo, que podría tomar elementos de otros de los presentados, pero el principal problema que detectan los arquitectos españoles es que las autoridades no entienden que es necesaria una fase intermedia entre el proyecto y la construcción, en la que se establece el proceso de producción”, explican. A convencerles de esto esto se dedicarán en sus próximos viajes a Bagdad y Kabul.
Ver:
El País
http://cultura.elpais.com/cultura/2012/09/18/actualidad
*
ANÁLISIS
Anatxu Zabalbeascoa
*
ANÁLISIS
Contra el pelotazo
"Garriga y Foraster se comparan con médicos cuyos pacientes no pueden desplazarse y no les falta razón"
19/ Set/ 2012
Victoria Garriga y Toño Foraster (AV62) han defendido siempre que el
objeto de la arquitectura es transformar la realidad material mediante
la belleza. Para un fin tan sublime han elegido ciudades tan difíciles
como Bagdad o Kabul. Que vivan esa dificultad como una coyuntura los
retrata como proyectistas, como personas y como una nueva generación de
arquitectos.
Garriga y Foraster se comparan con médicos cuyos pacientes no pueden
desplazarse y no les falta razón. Donde ellos van a trabajar no hay
arquitectos porque no han podido formarse. En esas metrópolis todo
proyecto cobra un aire necesario, y esa necesidad, la de ayudar a salir
de situaciones inhumanas, también habla de la generación que
representan: los proyectistas españoles que quieren romper el círculo
vicioso que relaciona, inexorablemente, arquitectura y poder. Así,
preparados académica, intelectual, pero también humanamente, pueden
afrontar estos concursos como una segunda oportunidad. Y mientras la
pereza, el miedo o la ausencia de un panorama de enriquecimiento rápido
desmotiva a casi toda una generación anterior, es en esas mismas
condiciones donde parecen encontrar ellos su motivación.
Las ciudades destrozadas siempre han sido terreno abonado para la
especulación constructiva. Por eso hay que tener cuidado con lo que
sacamos fuera y cuidar la Marca España. La forma, el edificio como
objeto de diseño, no puede ser lo que exportemos. Es necesario dar un
paso atrás y tratar de cuidar lo que en España se ha descuidado: la
cohesión social, el paisaje, la sostenibilidad, la arquitectura como
hecho cultural por encima de bien comercial. Que es posible hacerlo lo
demuestran Foraster y Garriga. Que AV62 ganara este concurso —el estudio
Tuñón y Mansilla quedó segundo—, pero también que B720 ganara otro para
construir un barrio sostenible en Brasilia abre nuevas posibilidades
para la arquitectura y para los arquitectos. Puede que sean las migajas
que las estrellas no se arriesgan a coger por miedo a ensuciarse, pero
abre una puerta a la esperanza el hecho de que ya no sea un nombre el
que consigue el premio, sino un proyecto anónimo que resuelve un
problema.
En Kabul, las piezas arqueológicas del Museo Nacional han sido
destrozadas a martillazos por los talibanes o escondidas bajo siete
llaves —en manos de siete desconocidos—. Parecería un cuento si no fuera
un drama. Para una personalidad tan vehemente como la de Victoria
Garriga el drama está hoy más en España, donde el verdadero trabajo del
arquitecto sería borrar lo que han hecho los políticos, el dinero y los
proyectistas abducidos por el tiempo de voracidad grosera en el que
hemos vivido.
Ver:
El País
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Un museo español en Kabul
El estudio barcelonés AV62 gana el concurso para construir un centro nacional en la capital afgana
Silvia Hernando
Madrid
18/Set/2012
Plano del futuro museo.
Cúpulas, agua, vegetación. Espacios orgánicos para acoger a seres
orgánicos. Muros con celosías que tamizan la luz. Arquitectura que
construye en sí misma un paisaje completo. Con esas premisas, el estudio barcelonés AV62
ha conseguido ganar el primer premio del concurso para levantar el
museo nacional de Afganistán en Kabul. El hito –la propuesta del equipo
español consiguió imponerse entre 70, de 43 nacionalidades-, supone un
paso más en la penetración en Oriente Medio de la arquitectura española y
del propio estudio AV62, que en mayo de este año obtuvo el proyecto para revitalizar el emblemático barrio de Adhamiya, en Bagdad (Iraq).
Organizado por el ministerio de Cultura afgano y la embajada de EE UU
en Kabul, el concurso buscaba el mejor proyecto para construir un museo
que albergue todas las colecciones afganas, desde el paleolítico a
nuestros días. “Para nosotros es una gran ilusión haberlo obtenido”,
explica Toño Foraster, uno de los ocho miembros que han firmado el
proyecto, que se han apoyado también en un equipo de ingenieros.
“Nuestro planteamiento es ayudar a la reconstrucción de Afganistán,
intentamos incidir en la realización de la sociedad afgana para que
pueda mostrar sus piezas arqueológicas y hacérselas propias, para
revitalizar su identidad y afrontar el futuro con seguridad”.
Para abordar el proyecto, su planteamiento arranca por fuera, en el
muro de seguridad. Este cierra una superficie de unos 150.000 metros
cuadrados, situada a los pies de una colina junto al derruido palacio
ministerial de la capital. “Queremos dar una vuelta al concepto de
seguridad, y que el muro se convierta en un elemento que recoja un
espacio interior y un mundo aparte”, explica Foraster.
La fijación de un perímetro, dentro del que se desplegará un jardín,
les permite además entroncar con la tradición de la casa erigida en
torno a un patio y de la mezquita. El edificio, reza la memoria del
proyecto, “parte de la superación de la dicotomía entre geometría y
organicidad que se anuncia en la arquitectura islámica”, lo que
significa “usar la geometría para ordenar los programas, los usos, las
cosas, con un método”. El museo se concibe así como un universo en el
interior de una muralla, donde se genera un espacio que se diferencia
gracias a la introducción de cúpulas y patios. Dentro del interior, es
decir, en las salas del museo, el mobiliario se despliega integrado en
la estructura total. “Se trata en continuidad para hacer del soporte
algo invisible y versátil”. Y el espacio frente al museo hará las veces
de patio, entendido como un lugar en el que “prepararse” para acceder al
museo.
A pesar de que Oriente Medio es, nivel arquitectónico, un campo
prácticamente por sembrar, el estudio encuentra su motivación en razones
menos prácticas. “Esta es una cultura que nos interesa muchísimo y que
nos permite trabajar la arquitectura a pie de calle”, señala Foraster,
“algo cada vez más difícil en occidente, donde se juega mucho a ver
quién puede más, a hacer los edificios más espectaculares”. Con
proyectos así, señala, se vuelve la mirada a las raíces de la
arquitectura, y se cumple una función social: “Tu trabajo tiene una
repercusión, y eso te da fuerza y vitalidad”. Aunque no deja de ser
difícil trabajar en un entorno tan amenazado. “Las relaciones son
complejas, hay problemas políticos, religiosos…”, concede el arquitecto.
Ver:
El País