Tuesday, January 04, 2011

ARQUITECTURA DE LOS TECHOS/ ARMANDO ARTEAGA

COMIENDO GATO EN BARRIOS ALTOS

Por Armando Arteaga



Vengo de una familia que hace años detestaba los tranvías porque cada vez que pasaban con su bulla infernal por la Av. Brasil le dejaban a la abuela las orejas más tembleques: gato recién salido del agua.

No hay isla feliz, cuando uno se siente una isla, uno nunca está contento con lo que es. Por eso dejé mi oficio de gato en la oscuridad, nunca más en la oscuridad, salvo en el Barrio de la Soledad y en el Puente de los Suspiros. A eso iba.

La culpa de que los techos limeños sean verdaderamente obras de arte, pinturas melancólicas del error, que en los aburridos años cincuenta las recogieron en sus discretas palabras y en sus imágenes: gatos tan tristes como César Moro y Servulo Gutiérrez, y ese otro gato de balcón que todavía vive y se llama Felipe Buendía, decía que en los desastres de los techos: la culpa la tienen los alcaldes post-Anita Fernandini de Naranjo, que nada pudieron hacer para evitar el error de esos techos llenos de cajones, llantas de tractores, muñecas rotas, colchones destartalados, botellas vacías: esperando algún mensaje que las libere hacia el mar, o algún fierrero comprador de Tacora Motors.



Los alcaldes que sucedieron después a esta señora pituca, que tenía la quimera tremenda de barrer los techos antes que las calles, nada han podido hacer para mejorar “la imagen de la ciudad” (para usar la frase de Kevin Lynch).

Por eso las cosas están como están. Cosa difícil, porque no se puede barrer con un gesto de asquito, ni el arte ni la literatura de los techos. Primero hay que barrer las calles de tanta inmundicia (la política y la literaria) y luego se va a los techos, que ya verán lo que van a encontrar.

Lima ha tenido siempre muchas azoteas en donde era fácil perder el tiempo siguiendo el saxo del Gato Barbieri y otros gatos. En lo que va de mí, la única vez que he deambulado por techos ha sido en la amistad sincera de la época estudiantil, acepto que algunas veces he trepado otros techos para llegar a las ojeras de algunas gatas que más de una vez me han dejado varios rasguños, así dolor y amor andaban por las azoteas de los años setenta, a fuerza de tratar de comprender toda esta catástrofe de ciudad que nos había tocado habitar, y entre páginas de J.R. Ribeyro y Sebastián Salazar Bondy, pase gato por liebre: en la mirada de los techos limeños, donde nunca hubo felicidad de nada. Y, menos, no hay peruano feliz.

Aunque ahora los techos se han puesto barranquinos en las líneas y tintas de Eleonora Patiño, que ya para gatuna tiene bastante. Y, de los techos de París en donde también hay pobres, pobres gentes de Paris.



Mucha basura anda por la ciudad, pero lo que más importa es ésa, la basura de la cultura y de la palabra. Mucha basura anda por allí mostrándose como arte, pasan como joyas y no son más que el arte de la mentira, el arte de la mafafa, la estafa en la galería, con críticos para la nota y todas esas cosas. Es cuento chino escrito en castellano, y hay algunos que están en inglés y por si el caso, en esto nada tiene que ver las propuestas de Herskovitz, con cosas recogidas de los techos, porque eso está bien, hay que hacer un arte pobre y libre del imperio del consumo que devora todo y bota cualquier desecho como basura, debemos hacer entonces un arte que esté más cerca de nosotros.

Pero, ¿quién compra este arte de los techos, este arte pobre? . Los ricos, los que dejaron morirse de hambre a Vallejo y a Martín Adán, los que hoy se arranchan las pinturas de Víctor Humareda, el vino de Juan Gonzalo Rose.

Yo me refiero, para los que estarán pensando ¿qué gato encerrado hay aquí?, en este apagón cultural que vivimos actualmente los peruanos, saben acaso los ricos que el arte y la literatura en el Perú han sido siempre la estación de los desamparados. No ha habido nunca estación para ese amor. A los artistas y los escritores, siempre los han dejado morirse de hambre. Siempre han habido: falsas estaciones, para dejarlos al final abandonados en la soledad, en la miseria, y en el olvido.

Las cosas no andan tan bien, en este verano político que amenaza en convertirse en carnaval. Los ricos invitan a los pobres a comer “guiso de gato”, con el hambre que tenemos, y entre tanta borrachera de falsas palabras vamos a terminar aceptando como define el diccionario al "delírium tremens": agitación violenta, terrible alucinación (ratas o animales raros que devoran al enfermo).

Y en las luces de tanta ciudad, ha hecho bien Barrantes en premiar aunque sólo sea con honor al mérito a varios periodistas que con su inteligencia desnudaron siempre la prosa y la poesía de Lima, numéricamente eran más los de derecha contra casi nadie de izquierda, claro está que el mérito no es de derecha ni de izquierda. Las cosas claras.


(Publicado en El Diario, 23/02/1985). Del libro: “La modernidad en la arquitectura”.

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