EL PATRIMONIO ARQUITECTONICO MONUMENTAL DE PIURA
Armando Arteaga
Tuvo ciertas limitaciones para
que allí se desarrollara la esplendorosidad virreinal porque fue una ciudad de
“punto de apoyo”, los españoles estaban más interesados en buscar oro, en
dominar el sur, que en consolidar el asentamiento. Piura fue un corregimiento abundante en
“Encomiendas y Reparticiones” de una renta que se sustentaba en el bagaje
agrónomo, así lo especifica el “Informe Económico de Piura-1802” de Joaquín de Helguero, que es un catálogo de
esa geografía política y administrativa desarrollada por el estado colonial
español. La base de esta economía se da en la labor pecuaria y en la
agricultura que impulsaban criollos e indios.
Fue a partir del último tercio
del siglo XIX, y en las primeras décadas del siglo XX, el cultivo del algodón (el “oro blanco”)
con actividad manufacturera, el comercio con Guayaquil y Quito, el empuje de
Las Tinas (“Empresas Coloniales”) que van abriendo un escenario diferente
y de auge para Piura. En este
proceso económico va a aumentar la expansión urbana de Piura, va a
cambiar la vida urbana, y va a prosperar. Antes Piura solo fue una aldea, como
la describe Francisco Vegas Seminario: “El
sol se hundía lentamente por el cerro “El Ahorcado”, espaciando en su agonía
una coloración rojiza sobre las arenas de la pampa. En el fondo se veía ya
Piura, ardiendo en las posteras luces del crepúsculo. En el abigarrado caserío
sobresalían las torres de la Iglesia Matriz, El Carmen, La Merced, Belén, San
Sebastián, y Santa Lucía. Aislada en la llanura y entre médanos movedizos,
ergíase, a un kilómetro de la ciudad, la “Torrecita de Paita”, sirviendo de
guía a los viajeros”.
Hay otra forma de vida mucho más
rural que se expresa al frente en El Tacalá, cruzando el rio, en el “barrio de
indios” que también describe Vegas Seminario, el aspecto bucólico y elemental
de su convivencia: “Se aunó a este
recuerdo auditivo el estrépito lejano de los camaretazos que, casi a diario,
hacían estallar los indios en el barrio El Tacalá, frente a una capillita
enyesada donde adoraban a los santos e su devoción”. En los planos de Piura
que realizaron Martínez de Compañón y el Mayor Zavala aparecen Las Tinas y
otros componentes del crecimiento urbano de la ciudad. En los planos anteriores de Diego Méndez
(1574) y en el de Maldonado (1750), Piura es apenas una contradicción
topográfica, un punto ubicado en el contexto geográfico. No aparecen todavía los matices del
vecindario.
La monumentalidad de la arquitectura que Piura
ofrece para el estudio posterior nos permite entender varios contrastes y
dilemas. Es una arquitectura de origen virreinal, diferente al de otras
ciudades peruanas, pero de cuyo inventario tomaron modelos y estilos. Una
arquitectura local que tomó del adobe y la “quincha piurana” los elementos
básicos de su lenguaje. Una arquitectura domestica que es el primer ejemplo de
nuestro mestizaje artístico, y que hasta el momento se ha mantenido inédito. No
se halla en Piura con hegemonía, salvo algunas excepciones, la opulencia civil
y religiosa de los monumentos de Trujillo, o de su vecina Lambayeque.
La arquitectura de las “casonas”
de Piura (de esas que tomó como referencia Don Enrique López Albújar, para su libro “De mi casona”) mantiene
diferencias. Se construyeron un poco al gusto del cliente,
tienen un ambiente respetable y tradicional. Existen una serie de “casonas” de
planta virreinal con un proceso de “evolución” y reacomodo de comienzos de la
República, sin ornamentación ni grandilocuencia como presentan otras ciudades
peruanas de origen español. Pero en estos elementos representativos de esta
arquitectura local, encontramos lo esencialmente “piurano” de estos monumentos.
Una arquitectura adecuada al medio y a las costumbres promedio de sus
habitantes, que bien han descrito sus historiadores y narradores.
Las antiguas “casonas” piuranas
tienen como características inmediatamente perceptibles la anchura de sus frontis, la amplitud en la distribución de sus
áreas habitables y de esparcimiento, la comodidad ordenada y reposada,
resultado de un modo de vida holgado, de adecuación, y defensa contra el
insensible clima caluroso, por eso usan ventanas largas y balcones discontinuos
en los segundos pisos para exponer jardineras.
El terremoto de 1912 fue muy
destructivo para Piura, allí se han perdido muchos ejemplares tipos de estas
edificaciones, las lluvias torrenciales resultado del Fenómeno del Niño, han
realizado también su pate destructiva, quizás las más fastuosas y decoradas,
han decaído en el olvido, pues las casonas que quedan como la “Casa Temple” y
la “Casa Eguiguren” con algunas ventanas
de rejas art nouveau. La casa del Marqués de Salinas, destaca también por detalles de su fachada.
Las que han resistido a las ruinas de la intemperie, la mano del hombre, y la fuerza destructiva de la
naturaleza, merecen especial
atención por los especialistas. Son
páginas del libro de la ciudad imposibles de olvidar.