En el actual Centro Histórico de Piura que lo conforman el circuito de la Av. Loreto, la Av. Bolognesi, el Malecón Eguiguren, y la Av. San Teodoro (incluyendo el Cementerio), quedan aproximadamente más de 96 inmuebles que definen el Catastro Urbano Monumental de Piura, aún superviven increíbles tipologías de la arquitectura domestica piurana.
(Mi artículo publicado hoy domingo 25 de diciembre del 2022, en Semana, Diario El Tiempo, Piura)
DE LAS CASONAS PIURANAS
Armando Arteaga
En el actual Centro Histórico de Piura que lo conforman el circuito de la Av. Loreto, la Av. Bolognesi, el Malecón Eguiguren, y la Av. San Teodoro (incluyendo el Cementerio), quedan aproximadamente más de 96 inmuebles que definen el Catastro Urbano Monumental de Piura, aún superviven increíbles tipologías de la arquitectura domestica piurana.
En Piura, durante la colonia, las casas-tinas, esas fábricas de jabón, se levantaron en los alrededores de la ciudad, estas empresas coloniales florecieron y más tarde se constituyeron en las haciendas. Este tipo de estas casas -haciendas- coloniales ya aparecen en el Plano de la Ciudad de Piura de 1783 que elaborará el Obispo de Trujillo Dn. Baltazar Jaime Martínez de Compañón, en el que se aprecian las cinco calles originales paralelas al curso del río, Iglesias, Conventos, Plaza, Casa de Cabildo, Hospital, Colegio, Cárcel, etc.
La descripción de López Albújar de “La Tina”, en 1816, es elocuente: “En ella nada de ostentación, ni estilo arquitectónico. Tras el claveteado portalón de la fachada un zaguán, con poyos de ladrillos paralelos, dividiendo, salomónicamente, el edificio en dos hileras de cuartos, la una mirando al sur, y la otra, al norte. Al centro, dos inmensos patios; al fondo, la corralada imprescindible”.
La increíble “casona” de López Albújar no era esa gran casa solariega que parece desprenderse de sus evocaciones de “De mi casona”, describe la agonía de esta arquitectura costeña entre el abandono, la herrumbre y la polilla, difícil ahora de compararla con otra real porque ya no es verdad, en efecto, sucumbió al avance destructivo de cierta “modernidad”; es hoy apenas un cubo de cemento y vidrio que olvida para siempre parte de los restos prestigiosos y destruidos, de lo que fue: un imprescindible documento literario y arquitectónico.
No todo es trabajo para el tractor y la picota. La literatura ha ayudado a devolverle la memoria a Piura. Francisco Vegas Seminario ha realizado sus mejores “racontos” sobre Piura Colonial en su novela “Cuando los mariscales combatían” al enmarcar los patriarcales tiempos de Don Bernardo Menacho: “Piura guardaba todavía su aspecto colonial. En los amplios y perfumados patios florecían las tertulias al caer las tardes, por las celosías de los balcones moriscos atisbaban las mujeres, chirriantes caleras atravesaban las estrechas calles conduciendo personajes linajudos, y recuas de asnos, orejones y flemáticos, caminaban al ritmo del brutal palo. Rodeaban la ciudad huertas cuajadas de árboles frutales: adonde acudían: en días feriados, gentes ávidas de hartarse de mangos, cuyas suculencias doradas tentaban, o de almibaradas chirimoyas y guayabas”.
La misma cotidianeidad ha tentado la prosa de José Vicente Razuri para mostrarnos la irrupción de la vía férrea en Piura y la migración de extranjeros a comienzos del siglo XX: “Llegó a Piura, en 1908, representando la Casa Valenzuela de Antofagasta, don Enrique Cousirat, chileno listo, culto, simpático, conversador ameno y un tanto bohemio. Con quien primero trabó amistad fue con don Vicente Razuri, el hotelero del “Colon”.
José Vicente Razuri ha captado en sus “Estampas Piuranas” todo ese “laissez-faire” de la vida urbana piurana, al revés de las “Estampas Mulatas” que José Diez Canseco delineara en “El Velorio”, descripciones más o menos agrestes del ambiente semi-rural en la periferia, en Tacalá, que nos da una magistral nota sobre Castilla (su hinterland) y de Piura: “La ciudad de San Miguel de Piura duerme ya a las diez de la noche. En la Plaza Grau los árboles se mecen descabezando un sueñecito. De los morunos balcones soledizos, de las ventanas de las rejas forjadas, se desliza un silencio luminoso”.
En el Plano Topográfico de la Ciudad de Piura, levantado en 1847 por el Mayor Miguel Zavala se siguen describiendo “las tinas” en el otro lado del río y en el lado de arriba, lo mismo que el barrio Gallinacera, la Plaza de Toros y las chacras de Miraflores.
La referencia a la calle San Francisco y sus “casonas”, la más pegada al río, tiene un rol significativo desde los planos de Martínez de Compañón y el Mayor Zavala, pero alcanza en las descripciones de Francisco Vegas Seminario un estupendo realismo. Un gran realismo -casi verídico- referido al hecho arquitectónico: “la solariega mansión de los Cortes era una de las mejores de Piura.
Construida a principios del siglo XVIII, tenía el estilo arquitectónico de la época. Una de sus características era la de poseer un balcón morisco, que daba a dos frentes: uno a la calle de San Francisco y otro al callejón perpendicular a ella, que desemboca en el río”.
La otra se refiere al hecho urbanístico: “Recorrí la calle San Francisco, principiando por el Mercado, vacío y silencioso a esa hora bajo la paz de algarrobos centenarios, hasta llegar a la Mangachería, barrio de gentes impávidas, aficionadas a las jaranas con guitarra y cajón, a la chicha fuerte y a las algaradas turbulentas. Torcí luego hacia la calle Real, bajando hasta la Iglesia de La Merced y la de El Cuerno, paso a paso, como para engullirme con la vista cada casa, cada rincón”.