Thursday, January 19, 2012

PURUCHUCO/ JORGE EDUARDO EIELSON

PURUCHUCO / JORGE EDUARDO EIELSON




Puruchuco*
Jorge Eduardo Eielson


Mi primera reacción cuando fui invitado a escribir este texto fue de perplejidad. Por dos razones: la primera, porque nunca antes me había ocupado de cuestiones arqueológicas —a pesar de mi vieja pasión por la materia— quizás debido a un comprensible respeto por una disciplina tan vasta y compleja; la segunda, porque precisamente durante mi retorno al país, después de una ausencia que ya suma décadas, había sentido por primera vez la necesidad imperiosa de «decir algo» yo también sobre esa fabulosa dimensión subterránea que constituye quizás nuestra verdadera patria. Ante la alternativa, no me quedó más remedio que resolverme a favor de este texto. Pero de inmediato, una pregunta se me presentó nítidamente en el espíritu: ¿Qué podría decir yo de Puruchuco? ¿Qué podría agregar a cuanto ya se sabía y había sido tan bien esclarecido —hasta donde los conocimientos actuales lo permiten— por la inteligencia, el estudio y el amoroso empeño de arqueólogos y estudiosos de arquitectura prehispánica? ¿Emitir un juicio puramente estético, desde una angulación contemporánea, coma corresponde a la óptica de un artista de nuestra época? ¿Por qué no? Pero ¿sería suficiente, y tendría acaso validez histórica una pura aproximación estética, tan sólo por ser fechada en 1978? El tema me parecía demasiado amplio para que alguien pudiera lanzar caprichosamente su propia opinión, prescindiendo de los necesarios fundamentos requeridos por la materia. Sin embargo, otras verdades fueron para mí muy claras al mismo tiempo. Cuántas veces, visitando algún museo, europeo o local, alguna colección pública o privada, o simplemente un anticuario, había constatado con euforia que mis propias apreciaciones sobre la autenticidad, época, cultura, autor o nivel cualitativo y estético de ciertas piezas coincidían —e incluso, a veces, iban más allá— de las de las expertos más o menos oficiales. La euforia —claro está— no era debida a un banal orgullo, sino a la profunda alegría que me causaba el reconocimiento inmediato de una entidad histórica y artística. La intuición poética, ciertamente, me ayudaba mucha en ella, y no pretendo negarlo. Una larga experiencia, conjuntamente con mi formación artística, igualmente. Pero para formular la más leve teoría o emitir el más mínimo juicio de valor, era necesario poder sustentarlo sobre bases antropológicas y arqueológicas que yo no poseía. No bastaba mi conocimiento directo del lugar, por cierto, ni el de los demás sitios arqueológicos por mí visitados, ni las muchas lecturas que durarte años he frecuentado sobre la materia, ni mi añejo amor por los objetos arcaicos prehispánicos. Prueba sea mi despertar en ese terreno, hacia mediados de las años cuarenta, apenas cumplidos los veinte años, cuando comencé a recoger algunos textiles que me deslumbraron por su perfección y misteriosa belleza. Y pruebas mayores sean aún las de la distancia y el tiempo; después de treinta años de ausencia del territorio natal, mi curiosidad y mi deleite siguen intactos, e incluso han despertado otras zonas de mi conciencia y provocado una profunda inquietud ancestral. En una palabra, ya no contemplo las huellas de nuestro pasado desde una determinada distancia, temporal o espacial, sino que trato de colocarme inmediatamente en el nivel de las mismas. Ya no soy el fruictor individual que consume/devora los restos de un grandioso festín al cual no ha sido invitado. No son solamente los muros ciclópicos, los increíbles sistemas de irrigación, los fastuosos atuendos, los refinados ceramios o la textilería —cuya variedad y hermosura no han terminado de asombrarnos— los que solicitan toda mi atención. Si bien ello sigue siendo traza indeleble a través del tiempo, es sobre todo su calidad de signo la que más puede acercarnos a la nuez del enigma, y por lo tanto procurarnos una mayor emoción estética.


 
Si consideráramos estos restos como los signos materiales de un lenguaje desconocido, nuestra percepción y conocimiento de las culturas prehispánicas quizás se iluminarían con una luz diferente. Si aceptamos la genial intuición borgiana del lenguaje como doble del universo, podemos también —haciendo la operación inversa— considerar los petrificados reinos antiguos como dobles del lenguaje. Si tenemos en cuenta, además, que tan brillantes culturas aparecen, florecen y mueren sin dejar trazas de una lengua escrita, se hace plausible una teoría que clasifique y ordene los restos antiguos con criterio semiológico (1). De otra manera, tales restos seguirán escapando a nuestra comprensión, a nuestros inmóviles patrones mentales. Y por cuanto dicho método sea ciertamente la quintaesencia del pensamiento occidental, sería sin lugar a dudas la primera vez que una disciplina de este tipo conjugaría la computadora electrónica con la más intrincada simbología del vestuario, la alimentación o las costumbres funerarias en las sociedades prehispánicas. La mayor tarea, claro está, sería el ordenamiento de los múltiples datos, subterráneos o no, surgidos directamente de la experiencia, hasta conformar ese alfabeto de base, ese código primordial que nos permita recuperar una sintaxis y una semántica perdidas.
 
Escribir sobre cualquier cosa es ya tomar distancia con respecto a la motivación de esa misma escritura. Entre el acto de escribir y el resto del existir hay la misma diferencia que entre el mapa y el territorio de que habla Korzibsky en su famoso «Ensayo de Semántica Generalizada». El primero no es sino el esquema del segundo (con todo lo que ello implica de congelado y virtual a un tiempo, bajo una altanera apariencia de seguridad y exactitud). La escritura supone siempre una agonía y ella es ciertamente la agonía de la humildad, en primer lugar. No hay comunicación posible sin servilismo de un lado y señorío del otro. Quien utiliza el pensamiento escrito —aún en su acepción más noble— para condicionar el pensamiento de los demás, comete una suerte de lento asesinato del pensamiento colectivo. La represión de la escritura por otra parte —que los escritores denuncian con legítimo derecho— no contradice esa aserción: se trata del mismo y único fenómeno, visto desde la domestica esquina del individuo que escribe. Ni en un caso ni en el otro brilla la famosa palabra libertad. Y la retórica de la libertad puede ser tan deletérea como su propia ausencia. Escribir —salvo en la transmisión de conocimientos racionales o informaciones concretas— es siempre, por lo tanto, una protuberancia del yo (en el mismo sentido de las protuberancias, llamaradas o manchas solares) que amenaza constantemente la existencia del pensamiento colectivo, satelizado por esta hinchazón privada que prolifera en proporción directa con la difusión de la imprenta. El auge del individualismo, a partir de la revolución gutembergiana, lo dice bien claro.

 
Escribir sobre Puruchuco es por lo tanto una de las tantas formas para conocerlo, aunque quizás la más mediatizada y alienante. Pero ¬conocer Puruchuco no es solamente trasmitir a un grupo de lectores una serie de informaciones, filtradas por la historia y por la documentación contemporánea, sobre su naturaleza arquitectónica y sus variadas funciones a través del tiempo. Por ello antes de seguir adelante, es necesario deslindar el territorio de la escritura acerca de esta edificación de los demás campos de conocimientos en que éste se manifiesta. A tal propósito he establecido los que me parecen, sus más amplios niveles perceptivos, y que he ordenado así: a) la PURUCHUCO VIVA, en el esplendor de sus múltiples funciones y la perfección de su estructura, como fue vista por primera vez por quien probablemente fue su encomendero: Miguel de Estete de Santo Domingo de la Calzada; b) la PURUCHUCO EN RUINAS, es decir antes de la consolidación y puesta en valor realizada por Arturo Jiménez Borja y sus amigos; c) la PURUCHUCO RESTAURADA, tal como la vemos hoy día y que se pues visitar desde 1961; d) la PURUCHUCO FOTOGRAFIADA, como aparee en la secuencia fotográfica de José Casals que se expone en este volumen; e) la PURUCHUCO ESCRITA, a que aludía al comienzo de esta reflexión, y que es la única que realmente me compete, pero que no puede ignorar el contexto «estratigráfico» en que se manifiesta integralmente.
Sobre la PURUCHUCO VIVA bien poco se puede decir, sin caer, justamente, en el nivel de la propia (o ajena) escritura. Con referencia a su nombre hallamos esta anotación de Arturo Jiménez Borja:
Puruchuco es nombre quechua y quiere decir «casco emplumado», sombrero de plumas o algo semejante. Pedro Cieza de León lo da a entender en su crónica «Del Señorío de los Incas», al describir en el capítulo VII el atavío de un joven participante en el ceremonial de la pubertad. Allí dice: «y encima se ponía un bonete de plumas cosido como diadema, que ellos llaman Puruchuco».

 
Y algo más adelante, refiriéndose a su función:
Puruchuco en sus primeros tiempos debió funcionar como una casa hacienda. Por la mañana su gran patio acogería a hortelanos y regadores en procura de órdenes del chacra camayoc o mayordomo. En las épocas de recolección quizás los peones presentarían al amo las primicias del campo, lo mejor de la producción. El gran patio pudo servir para hacer mercado. Mujeres de la orilla del mar traerían pescado fresco o seco para cambiar con fruta o ají de la parte alta del valle. De lo que hoy es San Mateo y Matucana debieron llegar rebaños de llamas con lana, mantas y ropa para trocar con camarones, algodón o fruta. Este espacio de la casa seguramente sirvió a propósitos de sociabilidad permitiendo no sólo intercambiar productos, sino también noticias, ideas y sentimientos. Pudo servir para hacer fiestas, reuniendo a las parentelas que vivían diseminadas por lo ancho del valle y permitir que los jóvenes se conocieran y se hicieran los primeros contactos transformados más tarde en lazos familiares duraderos. Así el patio debió de llenarse de órdenes, de voces rumorosas, de sones de fiesta, de risas y suspiros. También pudo servir de gran receptáculo de lágrimas en los funerales y las largas lamentaciones que les seguían. La casa toda, recogida al pie de la montaña, tiene en este gran patio un tímpano sonoro en donde la voz del hombre y de las flautas cobran claridad y transparencia no igualadas.

Acertada observación sobre una antigüedad que debió ser, en efecto, un espacio vivido con sencilla armonía, según refiere el padre Bernabé Cobo en su «Historia del Nuevo Mundo» Libro XIV cap. IV, cuando asegura que «en las fiestas principales comía en público todo el pueblo en el patio del cacique». Colocada así, a una distancia cronológica precisa, con fundación pre inca como casa de campo, villa o palacio campestre para gusto y regocijo de un señor yunga, Puruchuco afronta las vicisitudes de la historia modificando sus funciones, primero durante la expansión inca —cuando funge quizás de centro de distribución de una comunidad local— y luego, a la llegada de los conquistadores, cuando cae bajo dependencia del encomendero Miguel de Estete como guardiana de esas tierras que una vez fueran de sus propios hijos.
 
El drama de Puruchuco parece así consumado. La sombra de Pizarro cae sobre la espléndida morada hasta casi borrarla de la memoria humana y es un milagro que la noble sangre derramada en el Cuzco y Cajamarca no tiña sus paredes. El espectáculo verbal de la PURUCHUCO VIVA —apenas sustentado por algunos valiosos documentos— se cierra así dramáticamente, dando paso a una PURUCHUCO EN RUINAS apenas entrevista por ojos extraños. Pero estos vestigios han podido gozar de un privilegio raro: el de ser descubiertos inmediatamente —aunque su fecha de catastro sea anterior— por ojos sensibles y una voluntad predeterminada de rescate que ningún otro resto arqueológico de nuestro país ha tenido la suerte de conocer. 

Por ello mismo, nada o casi nada sabemos de su aspecto exterior en ese preciso momento, aparte de la modesta serie de fotografías que de ellos fueron tomadas. A este propósito hay que señalar la sutilísima y exacta diferenciación establecida entre la ruina y la restauración. Donde aquella termina —después de haber definido con nitidez su alto rango estilístico— y cede implacablemente ante las injurias del tiempo, comienza con sencillez el justo remiendo que la devuelve a nuestros ojos de manera plausible. Así los peligros del falso y de la torpe compostura han sido igualmente evitados. Pero la ruina —la venerable edad, la estirpe abatida— rezuma de otras verdades secretas que la oficialidad de la historia no consigna. Hay en ella como una película de tiempo acumulado, costra de antiquísimas heridas de¬ las que sólo parecen escapar algunos cántaros vacíos, y esos objetos eternos que son las esteras, puesto que la tradición artesanal de los antiguos peruanos no morirá nunca, a pesar de las feroces leyes consumísticas y la nivelación de las costumbres. Tales esteras retienen en la absoluta simplicidad de su forma y su materia toda la dignidad y la ternura de una raza. Que el episodio referido por Arturo Jiménez Borja nos sirva de ejemplo a este respecto:

 
En una página escrita por Pedro Pizarro se toma conocimiento de la importancia que estas esteras tuvieron en la antigüedad. Según el relato, estando frente a frente el Príncipe Atahualpa y Hernando de Soto en Cajamarca, el primero no se digna responder a los muchos parlamentos que le hace de Soto en nombre de Pizarro. Más llega un momento en que Atahualpa rompe su hieratismo de ídolo y violentamente enrostra a de Soto «el desacato que habían tenido en tomar unas esteras de un aposento donde dormía su padre Huayna Cápac cuando vivía». Atahualpa no le pide cuentas de los muchos y repetidos agravios recibidos de los españoles desde que entraron al país: el ranchear, el torturar a curacas y principales, el abrir en Caxas una casa de recogimiento y cometer la barbarie de entregar las muchachas a la soldadesca. Nada de esto rompe su aparente compostura. Será el reclamo de las esteras lo que turbe y agite al príncipe peruano. Es que las esteras estaban transidas de sentimiento. Por no haber muebles en la casa, sobre ellas se reposaba, se conversaba, se recibía amigos y parentelas, se jugaba con los niños, etc. Ellas representaban la alegría de la vida, el afecto compartido, la dulzura, la paz.

Así las bellas obras avizoradas por los cronistas fueron convirtiéndose en polvo. Durante siglos la casa en ruinas lanzó señales de alarma, como una nave hundida entre la verdura adyacente y la ladera de una seca montaña. Tales mensajes fueron finalmente captados en 1953.
 
La PURUCHUCO RESTAURADA, que actualmente podemos visitar, está situada a la altura del km. 4.5 de la carretera central, Distrito de Ate, Departamento de Lima, margen izquierda del río Rímac. Se trata de las mismas ruinas originales, amorosamente limpiadas, consolidadas y puestas en valor por el ya citado Arturo Jiménez Borja. Esta obra posee la modestia de las cosas que realmente hacemos con amor. El mismo autor confiesa su inexperiencia con orgulloso candor:

En verdad tuvimos que aprender mucho de los campesinos. Se aprendió a diferenciar tierras, a hacer barro, adobes, a enlucir paredes, a disponer pisos y hasta techar ambientes. Muchos de estos conocimientos los obtuve recorriendo la campiña y preguntando cómo se hacían las cosas. Cuando veía una pared de barro bien enlucida me detenía y obtenía del orgulloso propietario una magnífica lección. Los albañiles de Lima trabajan con yeso, cemento, cuarzo, etc. Desconocen las viejas técnicas. Los peones de que disponía eran oriundos de la Sierra y allí las técnicas son otras, en especial piedra y barro...

 
Toda esta humilde universidad del barro y de la tierra, de la «quincha» y del enlucido, ha sido necesaria para restablecer su esplendor a esta vieja morada (2). Porque si bien todo en Puruchuco denota calma y dignidad señoriales, también nos indica de manera cabal la satisfacción de un saber vivir con equilibrio las exigencias más íntimas, alternadas con las objetivas necesidades de los demás. La concepción misma de la casa señala y precisa este concepto: de un lado el gran espacio diurno, abierto y destinado a la vida en común, ni grandioso ni declamatorio, pero sí dotado de una armoniosa y quieta proporción; del otro, el espacio nocturno, cubierto, recogido sobre sí mismo y dividido en varias cámaras no comunicantes que aseguran una perfecta intimidad y reposo. Y todo esto diseñado con mano maestra, con variedad y simetría, con la ortogonal elegancia y la pureza de líneas de un Mondrian. La restauración restituye actualidad y vigencia a lo que el tiempo ha desfigurado, sin alterar su esencia. De otra manera todo ese perfume de verdad estaría perdido y ningún texto, foto u observación directa habría podido discernir la remota y feliz existencia de un grupo humano entre sus muros. Esta arquitectura indígena posee además la virtud de llenarnos de una tranquila alegría, debida quizás a su disposición horizontal. Al revés de las más importantes construcciones de occidente —señaladamente verticales y en contraste con el entorno natural— las edificaciones prehispánicas de la costa peruana despliegan sus volúmenes, rampas, pasadizos y murallas con la misma tranquila naturaleza de una cascada al borde de un valle sembrado de maíz y algodón. Todo un sistema de planos y graderías, de llenos y vacíos, de plataformas y superficies lisas y ásperas componen un universo de color tierra íntimamente ligado al ambiente y destinado al amor y a la convivencia con los demás. Ejemplo de solidaridad y de paz interior a un tiempo; Puruchuco tiene el muy humano privilegio de no haber servido a otra cosa ni a otro dueño que a su simple señor y habitante. A diferencia de otras construcciones de las costas del Perú —como la inmensa Chan Chan, el gran santuario de Pachacamac o el pequeño, inefable Huaycán, entre otros ejemplos— Puruchuco nos da la medida del antiguo peruano de la costa y nos pone en contacto con su dimensión cotidiana. Pueblo digno, paciente y dotado de una inagotable creatividad, hoy puede ya contarse entre las más fascinantes civilizaciones de la tierra. Pero si bien sus múltiples formas de expresión podrían ser suficiente para adjudicarse un lugar de relieve en la historia del hombre, ellas no son sino los signos reveladores de un pensamiento infinitamente más complejo y refinado de cuanto suponemos. Es en las raíces más arcaicas de estas culturas, en sus geniales elaboraciones matemáticas a partir de ciertos signos estelares, largamente observados y domesticados, hasta formar parte de su vida cotidiana; es en calidad de una visión cósmica diversa —que el racionalismo occidental no logra aún discernir— en donde reposa un ordenamiento tan preciso y esencial como el de Puruchuco. Ejemplo único de casa particular preinca restaurada, Puruchuco es ciertamente uno de los más perfectos ejemplares de esta arquitectura recuperada por la mano del hombre. Su rescate en todos los niveles incluye también el del objetivo fotográfico. La PURUCHUCO FOTOGRAFIADA por José Casals señala el ingreso de la tecnología moderna en el área de la mansión indígena, y la pone al servicio de estos venerables vestigios.
 
Si bien la fotografía más reciente tiende a constituirse —y lo es ya de hecho— en uno de los más sutiles «media» creativos de la época, ella es al mismo tiempo —con igual violencia que el cine o la televisión— uno de los más alienantes instrumentos de la sociedad de consumo. El incesante flujo de imágenes que caracteriza a nuestra época tiene en el objetivo fotográfico su más aguerrido, viejo y tenaz ¬aliado. No hay obra fotográfica que no esté amenazada por su propia naturaleza masiva. Una bella imagen está expuesta a la mejor como a la peor suerte. Ello depende solamente de lo que esa misma imagen encierra de genérico o de particular. Por ejemplo, una manzana fotografiada sobre yerba verde puede igualmente servir como slogan visual para una marca de conservas, como puede también —es el caso de un trabajo mío realizado hace algunos años— contener un principio lírico, particular, inalienable. En este caso, la didascalia relativa, voluntariamente tautológica e inútil, dice así: «Una manzana roja sobre la yerba verde / Es una manzana roja sobre la yerba verde». La ambigüedad de la imagen fotográfica no está, pues, en lo que ella «es», sino en lo que ella propone, o quiere decir, aunque a fin de cuentas «parezca» otra cosa. Los nuevos artistas del objetivo saben muy bien esto, como también saben que, por primera vez, desde el descubrimiento de la pintura al óleo, la fotografía puede convertirse —y ello está ocurriendo con alarmante rapidez— en una de las más estériles y vanas academias. La sociedad de consumo no sería —en escala multiplicada— sino la misma caja de resonancia de la Florencia del siglo XVI con sus múltiples bodegas y «scuole» en donde se plasmaban los nuevos artistas de la paleta. El peligro manierista y académico adviene siempre cuando se utiliza un lenguaje (en realidad la comparación con el lenguaje verbal es inexacta) de probada eficacia, cuya gramática puede ser enseñada y aprendida por cualquiera. La ¬fotografía y la pintura son dos actividades como otras tantas. No necesariamente todos los que las ejercen son artistas. En el mejor de los casos —como en la FIorencia del «cinquecente»— los pintores de oficio, «i mestieranti», son los más difundidos, mientras que las grandes obras, y sus autores, son vapuleados por príncipes, banqueros o papas, según las épocas. La gloria de estos creadores aparece permanentemente mancillada por su condición de siervos de las clases dominantes. Pero si la alternativa parece igualmente improbable, es decir, escapar a la tiranía del capital —principesco entonces, industrial hoy— para caer bajo el yugo de un estado despótico y nivelador, como es el caso de la política cultural en los países socialistas, la única salida para los verdaderos artistas es la toma de conciencia cada vez mayor de su propio rol subversivo dentro de sociedades históricamente taradas, enfermas de la galopante gripe consumista. En este punto no me queda sino hacer estas observaciones de Dwight Mac Donald en su célebre ensayos «Masscult y Midcult»:

 
Una obra de cultura superior aun cuando sea decadente, expresa sentimiento, ideas, gustos y modos de ver una determinada idiosincrasia y el público reacciona a su vez de manera individual. Además, tanto el creador como el público aceptan criterios de valor, que pueden ser más o menos tradicionales. A veces lo son tan poco que resultan revolucionarios, aún cuando Picasso, Joyce y Stravinsky han conocido y respetado las conquistas del pasado mucho más que sus contemporáneos académicos. Se pueden interpretar sus obras como un heroico retorno a fundamentos más antiguos y más sólidos que habían sido sepultados por las baratijas puestas a la moda por las academias. La «Masscult» es indiferente a cualquier criterio de valoración. Tampoco existe ninguna comunicación entre los individuos. El que consume «Masscult» puede hacerlo como quien come un helado y el que produce «Masscult» se expresa a sí mismo tanto como los «stylists» que diseñan las más recientes atrocidades de Detroit.

En nuestro continente —por fortuna aún a la zaga en cuanto a cultura de masa se refiere— el poder alienante de los nuevos «media» no ha llegado todavía al paroxismo que se observa en las sociedades avanzadas. En esta casi virginal reserva de caza, las imágenes poseen una extraordinaria carga de verdad que ningún fotógrafo o camarógrafo puede ignorar. Puesto que no ha habido verdaderos creadores visuales desde los tiempos prehispánicos, tampoco hay todavía un ojo puro capaz de captar el substratum de un pueblo y una cultura en evolución. Y ello porque este pueblo y esta cultura no son una continuación sino la descompuesta carrera de un improvisado caballero sobre un caballo europeo. Las espuelas de plata colonial ya no existen. Las riendas tampoco. Y la cabalgadura parece librada a su propio destino, y sin meta alguna. Millares de peruanos —sobre todo los limeños, con penoso ahínco— añoran y aspiran a un europeísmo postizo, y dan la espalda a un auténtico pasado, sin el cual ningún futuro es posible. Gran parte de la tradicional visión de los vencidos es, precisamente, la de no querer ser lo que son sin poder jamás llegar a ser lo que quisieran ser. El drama se abre, pues, con la llegada de la espada y de la cruz, aunque en realidad el sol prehispánico no se haya puesto todavía.
 
Sol, constelación, signos astrales, criaturas celestes que la imaginación indígena siempre ha colocado en el vértice de la pirámide cultural precolombina. El calendario azteca, las construcciones mayas, los observatorios astronómicos Chavín, los tejidos de Paracas, las líneas de Nazca, etc., no son sino los fragmentos de una portentosa cosmogonía americana cuyos orígenes son aún inextricables. El paisaje mismo contribuye a esta perfecta comunión entre el hombre, la tierra y el cielo. Quizás ningún lugar del planeta posea esa magnificencia espacial que asegura un contacto tan intimo con el universo. Además, la piedra de los Andes, las arenas de la costa y la suntuosidad de la selva bastan para conformar un mundo de materias insólitas que el trajín de la historia ha transfigurado en otras tantas manifestaciones artísticas. Un arte cuya motivación fundamental no fue nunca el ornamento ni la complacencia ni el alarde individual, sino que nació de lo más sagrado del hombre, es decir, de su raíz cósmica, y por lo tanto del sentimiento y la idiosincrasia de todo un pueblo. Ningún cisma entre lo colectivo y lo individual son perceptibles en sus ordenamientos sociales y ello se refleja en sus obras. Puruchuco es ejemplar en este sentido. Su tersa arquitectura ha sido pensada desde adentro, a la manera de una estructura molecular que se desarrolla a partir de un núcleo y se detiene en donde el equilibrio dentro/fuera cae con precisión, como en una balanza.

 
José Casals ha detenido su objetivo en ese mismo punto. Allí donde el puro juego de luces y sombras, de planos y perspectivas, de volúmenes y espacios modulados podrían invitar a un simple festín visual, a una gratuita delectación de la retina, invitan en cambio a la meditación y al sosiego. La morada de tierra trasciende a la dignidad de la arcilla cuando la toca la luz y la rescata de la informe sombra primordial. Pero la sombra, a su vez, balancea el peso de la luz y se derrama en el espacio intraestructural para hacernos visible el silencio. 
Y ciertas animaciones, ciertas vibraciones de la textura mural, ciertos ángulos y estudiadas perspectivas, corresponden con precisión a la matemática elegancia del conjunto. El alma del antiguo peruano de la costa fue una extraordinaria combinación de exactitud —hija de la observación de las estrellas— y de paciente amor a la vida —hijo de la observación de la tierra.
 
La fotografía en blanco y negro, además, corresponde bien a estas dos coordenadas: la óptica y la interior. La mirada de Casals es una sola con la máquina, porque la máquina no es sino un lente, y la PURUCHUCO FOTOGRAFIADA una realidad de papel impreso que no tendría ninguna otra razón de ser si, en primer lugar, no lo fuera para Casals mismo. Su Puruchuco no es la Puruchuco «tout court» del turista. Ni siquiera la de Arturo Jiménez Borja, ni la mía, ni la de nadie. Su Puruchuco es una exclusiva conquista de su mirada, detenida justo en el instante en que ella accede al pensamiento moderno. El infinitesimal pasaje de lo antiguo a lo actual, de lo arcaico-¬estático a lo inmediato dinámico, del adobe a la electrónica, se realiza en esa milagrosa fracción de segundo. Y es ese instante sin tiempo —que la máquina concibe gracias al artista— el que nos emociona y nos coloca instantáneamente fuera del contexto histórico. La anulación del tiempo equivale al silencio. Y el silencio de Puruchuco se escucha también con los ojos, como lo demuestra José Casals.
 
Muy poca cosa es la palabra que no pretenda ir más allá de ella misma. Aunque los signos verbales, a su vez, no puedan sustituir a la realidad concreta. El lenguaje es una convención y como tal, como cualquier código inventado por el hombre, obedece a precisas leyes estructurales. Los más arcaicos ideogramas egipcios proceden de las observaciones celestes y aunque sus correspondientes jeroglíficos son más tardíos, de ellos deriva el alfabeto fenicio, tabla fundamental de nuestras lenguas occidentales. Utilizamos desenvueltamente —en la vida de todos los días, como en la escritura de un poema— entidades de origen astral, signos que —aparte de su sonoridad y grafía— son en realidad cifras. Los signos fenicios, que dan origen al hebreo y al latín, se multiplican luego en familias diferentes, pero no modifican en lo esencial su remoto origen. Como en las fantásticas utopías verbales de Jorge Luís Borges, el saber total de la humanidad podría perfectamente caber en una sola, hipotética cifra que corresponde al número igual de letras del alfabeto, sometido a un super sistema combinatorio total. Valiéndose de otros medios —justamente, debido a la insuficiencia de la escritura— los mismos egipcios edificaron la Gran Pirámide, suma aún indescifrada del saber total de la época y que hoy podría considerarse como la más sofisticada computadora de todos los tiempos. La escritura no es sino un puente precario entre dos realidades tradicionalmente antagónicas: de una parte, el mundo del Yo (o sea el de los orígenes, si se tiene en cuenta la transfiguración de la cifra cabalística 10 —módulo matemático presente en las antiguas mediciones egipcias y base de nuestro actual sistema decimal— en la sílaba Yo) que corresponde al individuo, al reino interior; y de la otra, al mundo natural o exterior.

 
Esta dualidad, —inconcebible en el pensamiento oriental, que se radicaliza definitivamente con el budismo Zen— es en cambio una de las fuentes de angustia más resistentes del pensamiento europeo (así como la alternada necesidad o inutilidad de la palabra se da en el mismo plano con igual virulencia y, consecuentemente, con igual poder de anulación). La creciente oposición exterior/interior, individuo/colectividad, se transforma, en el terreno creativo, en la correspondiente dicotomía arte/vida, tan debatida por la vanguardia histórica de la primera post-guerra, hasta el punto que los ecos de esa batalla siguen llegando hasta nosotros bajo forma de nuevas proposiciones tendientes a resolver el «impasse». Inútil citar aquí entre sus mayores representantes a Marcel Duchamp o John Cage. Muchos otros después (sobre todo algunos de los miembros del movimiento Fluxus, florecido en los primeros años sesenta) entre los que es necesario citar a su más reciente y notable representante, el alemán Joseph Beuys, han afrontado el dilema con talento y audacia. Pero, como dice Octavio Paz:

La oposición arte/vida, en cualquiera de sus manifestaciones, es insoluble. No hay otra solución que el remedio heroico burlesco de Duchamp y Joyce. La solución es la no solución: la literatura es la exaltación del lenguaje hasta su anulación, la pintura es la crítica del objeto pintado y del ojo que lo mira. La metaironía libera a las cosas de su carga de tiempo y a los signos de sus significados; es un poner en circulación a los opuestos, una animación universal en la que cada cosa vuelve a ser su contrario. No un nihilismo sino una desorientación: el lado de acá se confunde con el lado de allá. EI juego de los opuestos disuelve, sin resolverla, la oposición entre ver y desear, erotismo y contemplación, arte/vida. En el fondo es la respuesta de MaIIarmé: el instante del poema es la intersección entre lo absoluto y lo relativo. Respuesta instantánea y que sin cesar se deshace: la oposición reaparece continuamente, ya como negación de lo absoluto por la contingencia, ya como disolución de la contingencia en un absoluto que, a su turno, se dispersa. La no solución que es una solución, por la misma lógica de la metaironía, no es una solución.

La PURUCHUCO ESCRITA no sería, pues, sino una aberración verbal si ella quisiera sustituir (a la manera de un torpe restauro, que anulase su dimensión temporal) a la Puruchuco arqueológica. La estratigrafía cultural a la que, sucintamente, la he sometido en estas notas, junto con las imágenes de José Casals, no revela ninguna capa de materia verbal. A no ser que estas mismas palabras —como en los basurales arqueológicos— no estén indicando ya su propia necesidad o inutilidad. Si un tentativo de ordenamiento ha sido necesario para acercarnos a la hermética compostura de la edificación, ninguna humildad es suficiente, sin embargo, para contemplar y comprender las obras de nuestros antepasados, porque muy pocos entre nosotros los reconocen como tales. La ruptura provocada por la conquista ha sido siempre una coartada para eludir esta realidad histórica. Las clases dominantes peruanas, y las pseudo dominantes, se sintieron más bien herederas de los conquistadores. Digamos que reconocieron al padre, más no a la madre. ¡Cuando en verdad se trataba de madre noble y de padre aventurero! Este trágico vaudeville histórico no ha terminado todavía, y si no fuera por los estragos que él sigue produciendo, bien me guardaría yo —y los pocos que nos sentimos colmados— de compartir tan admirable herencia.

 
Abandonada la posibilidad de una interpretación verbal, la PURUCHUCO ESCRITA deberá comenzar a partir de su lectura in situ. Lectura que un mestizaje caótico y vergonzante no permite efectuar cabalmente. Cada peruano, cualquiera que sea su etnia local o foránea, deberá acceder un día al conocimiento, y reconocimiento, de nuestro inmenso pasado con la misma, y aún mayor emoción con la que hoy asimila la cultura occidental. Un error de óptica —unido a la cruel estupidez del colonialismo español— relegó al pueblo indio y a su cultura a una condición sub humana que hoy todavía le impide existir plenamente. Artistas espléndidos, ingenieros asombrosos, sacerdotes en la más alta acepción del término, astrónomos, matemáticos, arquitectos, autores de organizaciones sociales avanzadas, estos antepasados nuestros, poseedores de una cuantiosa sabiduría aún sumida en el misterio, parecen ser la vergüenza de muchos peruanos. Insólita aberración histórica —única sobre la faz del planeta— ésta de menospreciar, o por lo menos ignorar, el propio pasado. La tranquila belleza de Puruchuco deja indiferentes a los admiradores del barroco colonial, o de las más espúreas derivaciones del estilo cortesano francés del siglo XVIII, cuando no de las penosas versiones criollas de la arquitectura nórdica europea. Esta simiesca orfandad ha generado ese extraordinario muestrario del «Kitsch» internacional que hoy prolifera en algunos de los barrios de la capital. 

Motivo de bochorno para los peruanos de calidad, y de benévola sonrisa para muchos extranjeros, tales forúnculos no desaparecerán del rostro de la metrópoli mientras no desaparezcan sus atribulados prejuicios colonialistas. Pero este complejo cuadro sociológico —imposible de pasar bajo silencio— ¬rebasa ya el campo de estas reflexiones.
 
Escribir sobre Puruchuco significaba también hacerlo desde una determinada posición individual. La mía es la de un peruano que, quizás con retardo —típico de nuestra historia— ha descubierto su propia identidad con euforia. La distancia, ciertamente, me ha dado una perspectiva, amén de la necesaria preparación y lucidez, que de otra manera no habría tenido. El festín y la felicidad de sentirme uno con mi pueblo, en toda su riquísima gama, acaba de comenzar para mí.
 
Antes de abandonar el luminoso recinto, remitámonos de nuevo a nuestro cicerone, Arturo Jiménez Borja:

Terminada la visita quedamos otra vez frente al paramento que envuelve exteriormente los cuatro lados de Puruchuco. Este lienzo majestuoso, pero inexpresivo, como máscara, representa la fachada de la casa. Exterior que nuestra arquitectura cuida y compone cuidadosamente. Aquí por el contrario el desnudo muro no ofrece otra manifestación que sobriedad, hermetismo y silencio. No hay ventanas ni nada que perturbe tanta serenidad. Una sola puerta sirve de acceso indispensable. El aislamiento es mayor si se considera que este único pórtico está situado de espaldas al valle, mirando a lo áspero de la montaña.

Esta aparente severidad, esta concepción como claustro o cuartel, esconde en realidad una profunda dulzura y, como ya sabemos, no fue concebida para otro fin que la existencia cotidiana. Es imposible no tenerlo en cuenta, cuando toda la edificación parece hecha a mano, sobre un módulo antropométrico. Es imposible no percibir la estatura media de sus habitantes y el ancho de sus hombros en la altura de los techos y la apertura de las puertas, la medida de sus pasos en los escalones, o la de sus brazos abiertos en determinados pasadizos (3). Esta dorada sinfonía de quincha y adobe ilumina nuestra conciencia a partir de este sencillo concepto: que la vida humana, la vida sobre la tierra, el lugar del hombre sobre ella y su propia dimensión sagrada, son una misma y única cosa; que las materias humildes, de las cuales estamos hechos —como el (bíblico) barro, por ejemplo— son igualmente una sola cosa con nosotros y con la luz del cielo, una preciosa y única cosa como la esfera de tierra en que vivimos y que rueda por el espacio, lentamente cocida por el sol. Nuestra visita a Puruchuco ha quizás terminado, pero Puruchuco no cesará jamás de acompañarnos, puesto que ella ya no será para nosotros sino el más puro emblema de nuestra condición terrestre.


(1) Los trabajos de Victoria de la Jara sobre los “tocapus” inca o los de Iaccolev sobre los “pallares”, entre otros, merecen sin duda mayor respeto, pero, por cuanto tengo entendido, no reúnen los caracteres básicos de una verdadera escritura, es decir, no parecen alcanzar la complejidad estructural mínima de los auténticos códigos escritos.
 

(2) “Quincha”, en lengua quechua, es la armazón de cañas que sirve de sostén a los techos y paredes de barro en las construcciones de la costa peruana.
 

(3) Es imposible no realizar una somera aproximación entre la arquitectura de la costa del Pacifico peruano y la arquitectura japonesa. La misma raíz antropométrica, la misma impecable planta ortogonal, el uso escenografico del espacio y de las paredes tratadas a manera de biombos (móviles en el Japón, fijo en el Perú, quizás únicamente por razones de material), y por ultimo, la desnudez de los ambientes interiores, desprovistos de muebles y sustituidos por los “tatami” en el Japón, y por las “esteras” en el Perú. Añádase a eso el uso domestico de las hornacinas para el culto floral japonés (Ikebana) y para el uso ritual de las “conopas” peruanas, amén de ciertos rasgos comunes en la cerámica de ambos lados del océano –ya observados por algunos estudiosos, como Levi Strauus- y el cuadro se nos aparece de una inquietante semejanza, aun cuando queramos convencernos que se trata tan solo de funciones similares dictadas por ambientes naturales semejantes. Observación, esta ultimad, bastante inexacta si se tiene en cuenta la dulzura del entorno oriental comparada con la austeridad de nuestro desierto costero. No habría que confundir, en todo caso, la refinada espiritualidad de los jardines zen de Kyoto con los bellísimos arenales del Pacifico peruano, aun cuando este ultimo paisaje haya dado origen otras no manos enigmáticas concepciones espirituales.

Sunday, January 15, 2012

EL LEGADO DE RICARDO LEGORRETA / Melissa Mota (Arquitectura Mexicana).

 
Libro: "L' Architettura poetica di Ricardo Legorreta"  de John V. Mutlow (1997)




EL LEGADO DE RICARDO LEGORRETA
Por  Melissa Mota

“El color no nos lo podemos quitar por el hecho de ser mexicanos”
Rircardo Legorreta




(plataformaarquitectura.cl)

El 30 de diciembre de 2011 México perdió a uno de sus arquitectos más valiosos. Ricardo Legorreta, como ningún otro arquitecto, logró llevar a diversos países una arquitectura cargada de la esencia mexicana, despertando la admiración internacional de las formas, colores y texturas del país.

Desde pequeño se interesó por la arquitectura de diferentes regiones de México, y como pocos, dedicó su vida al estudio de su arquitectura, tanto de las construcciones prehispánicas, como de las virreinales y populares.

Cualquier persona que haya paseado por las calles y pueblos del país, sabe que México es una explosión de color; por donde uno voltee los ojos, éstos son invadidos por colores brillantes que reflejan la personalidad de la nación. Consciente y admirador de este rasgo distintivo, Legorreta convirtió el color en el protagonista de su arquitectura, combinando tonalidades, al igual que en la arquitectura vernácula, de una manera emocional y no racional.

Casa Kona (Lourdes Legorreta)

Su arquitectura se caracteriza por ser atemporal, sus obras son un crisol de diversas etapas históricas del país traducidas a muros, colores y luz. Como todas las artes, la arquitectura es hija de su tiempo; además de ser funcional, resguarda elementos culturales inconscientes que se erigen en el tiempo, de esta manera son también documentos que nos hablan de nuestra identidad como nación. Legorreta mezcló los rasgos distintivos de cada etapa arquitectónica, sin olvidarse de la etapa en la que él vivió, fusionando así una arquitectura regionalista condensada y cargada de la identidad mexicana, sin caer en los clichés, con una arquitectura de corte moderno. Con esta amalgama logró ir contra la corriente globalizada, colocando en primer plano el valor de lo local (que en nuestro caso es el mestizaje, no sólo de raza sino de arte y arquitectura), sin menospreciar a la contemporaneidad.
Este mérito lo debe en parte a dos grandes maestros que tuvo durante su juventud; por un lado a José Villagrán, conocido como “el padre de la arquitectura mexicana moderna”, quien trajo el funcionalismo al país, y por otro, a Luis Barragán, el único arquitecto mexicano que ha sido reconocido por el premio Pritzker, quien fue pionero de la arquitectura regionalista y del cual Legorreta absorbió numerosas características como la resignificación de las raíces culturales, el aprovechamiento del contexto ambiental con la inclusión de jardines y patios, uso de materiales y artesanías locales y los colores intensos, siendo así su mayor discípulo y el continuador de su estilo.

 Museo Fort Worth (Lourdes Legorreta)

En palabras de Fernando González Gortázar, “el regionalismo es verdaderamente una línea de pensamiento autónoma y autosuficiente, una postura cabal ante la arquitectura, la cultura, la sociedad y la historia (…), se trata de una arquitectura que nace de un contexto cultural y un medio físico perfectamente claros y actuantes y que, al estar lejos de ires y venires, adquieren un extraño carácter atemporal.”


Otra influencia importante en su trabajo fue la arquitectura emocional de Mathias Goertiz, la cual fue una contraposición a la arquitectura funcionalista, considerada como impersonal y fría, por lo que buscaba la congruencia con el clima y los materiales de la región, así como enfatizar la relación entre el ser humano, el espacio y la forma, con la intención de despertar la capacidad arquitectónica de transmitir emociones.


Además del color, la luz y el espacio, su arquitectura se distinguió por una relación estrecha con el arte, incluyendo obras de artistas como Alexander Calder, Rufino Tamayo, Mathias Goeritz, Pedro Coronel, Juan Soriano, Francisco Toledo, Pedro Friedeberg, y Vicente Rojo.


A diferencia de Barragán, quien se enfocó en una construcción mucho más íntima, Legorreta se abocó a una arquitectura a gran escala con construcciones de diversos géneros, como instalaciones industriales, bodegas, laboratorios farmacéuticos, edificios de oficinas, conjuntos administrativos, hoteles, museos, bibliotecas, centros de educación, recintos universitarios, conjuntos de vivienda colectiva, centros de investigación, espacios religiosos, centros financieros y bancarios, habitación unifamiliares y restauración de edificios coloniales como el Palacio de Iturbide y el Antiguo Colegio de San Ildefonso.


Su obra más emblemática es, sin duda, el hotel Camino Real de la Ciudad de México, construido para los visitantes extranjeros de las Olimpiadas de México 68. La importancia de este recinto recae proponer un espacio hotelero de nuevo tipo. En vez de construirlo verticalmente, como era la tendencia, Legorreta optó por un espacio horizontal con la inclusión de espacios verdes con la intención de brindar mayor intimidad a los huéspedes y ofrecer un espacio personalizado, creando una especie de oasis en la ciudad. Para este proyecto Legorreta pidió la colaboración de Mathias Goeritz para el diseño de la celosía que marca la entrada al lugar y de Luis Barragán para el diseño de los jardines y como consultor del paisaje.



Camino Real (https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhwH-36u_pPNIrebi2xawnhAyFS9Y2U61v6xoLunzu8ZuHs2pBkj6ZFKD3jpQ7zsXeA7C8aIUdwjzMoGCYFOtB-Icy3zggvwKlIaTCgsZFuWJKJgHyBdTSTt-A7bVh7Rjf23aALVg/s1600/caminorealmexico1561low.jpg)

Otros proyectos, también sobresalientes, son el museo MARCO de Monterrey, el Papalote Museo del Niño,  la Biblioteca de Monterrey, la Biblioteca Central de San Antonio, el Museo de Zandra Rhodes, el Hotel Sheraton de Bilbao, Televisa Santa Fe, el Conjunto Juárez, y la Catedral de Managua.


El legado de Ricardo Legorreta recae en haber sido uno de los arquitectos que forjó el carácter de la arquitectura contemporánea mexicana al rescatar las tendencias regionales así como elementos de la arquitectura histórica. Sus construcciones donan a quien las visita una experiencia estética y emocional cargada de significados y conceptos que nos recuerdan el potencial de la arquitectura como expresión artística.


Opera Mundi, Enero 15, 2012



Edificio Postgrado Facultad de Economía, UNAM. 

Monday, December 26, 2011

"El arquitecto no tiene derecho a arrepentirse". Jean Nouvel.

"El arquitecto no tiene derecho a arrepentirse". Jean Nouvel.

Por Begoña Corzo - La Vanguardia - Especial para Clarín

 20/12/2011

Lo dijo Jean Nouvel, quien a los 66 años se confiesa un hedonista cuyo objetivo en la vida es que no haya fronteras entre el trabajo y el tiempo libre.

 Jean Nouvel 

Hedonista confeso, a Jean Nouvel (Fumer, Francia, 1945) le gusta la buena mesa, el buen vino tinto y conversar con los amigos. Prefiere incubar sus ideas fuera del despacho: ya sea remoloneando en la cama por las mañanas y alargando la jornada hasta bien entrada la noche o, mejor aún, durante los veranos en el sur de Francia, en su casa de Saint Paul de Vence, cerca de Niza, donde se reúne con sus colaboradores entre partida y partida de petanca. A sus 66 años, está más interesado que nunca en lo que llama “la poética de la situación” y adora jugar con las formas, la luz y los reflejos, para que sus edificios atrapen el entorno que les envuelve.

 La Torre Agbar.  Barcelona.

Hace tres años recibió el premio Prizker, pero ya era célebre mucho antes por el Instituto del Mundo Árabe y la Fundación Cartier (ambos en París), que le convirtieron en el emblema de la nueva modernidad francesa. En España es autor de la icónica torre Agbar (Barcelona) y la ampliación del Museo Reina Sofía (Madrid). Entre sus últimas creaciones, destacan el Museo Quay Branly, a los pies de la torre Eiffel, y tiene una decena de proyectos en marcha en todo el mundo, entre ellos la franquicia del Louvre en Abu Dabi, el Museo Nacional de Qatar, la ampliación del MoMA de Nueva York y, en España, un complejo de apartamentos en Ibiza y el hotel Catalonia Fira (l’Hospitalet de Llobregat).

-¿Qué mueve a Jean Nouvel? ¿Cuál es su pasión?
La vida (ríe a carcajadas). Soy un enamorado de la vida, un hedonista. Creo que hay que dar placer y recibirlo, a ser posible. El motor de todo movimiento, para mí, es la arquitectura, que forma parte de la vida, de cada momento, de cada mes, de cada año, es un testimonio de la vida que pasa y que desaparece. Es energía vital.

-Energía que le gusta recargar en Niza...
Tengo una casa alquilada en Saint Paul de Vence. En el trabajo de arquitecto siempre tienes cosas por hacer, y no puedo tomarme realmente vacaciones. Aquí tengo un aeropuerto al lado que es el segundo de Francia y conecta con Oriente Medio, con Estados Unidos, con cualquier país de Europa. Prefiero estar aquí que en París, y mis colaboradores también, claro, hay puente aéreo.

-¿Le gusta la playa?
No voy nunca a la playa, sólo cuando mis amigos que tienen barco organizan alguna salida, aquí se está tan bien que no hace falta moverse.

-Usted ya era una celebridad antes de ganar el Pritzker, pero ¿que ha cambiado en su vida en estos tres años?
No ha cambiado nada realmente. Tengo otros galardones, como la medalla de oro del RIBA (Royal Institute of British Architects) o el Praemium Imperiale. Fueron, sobre todo, los edificios que hice antes los que hicieron que me dieran el Pritzker. No he notado un verdadero cambio, pero estar en este club me parece muy bien. Es realmente muy agradable.

-Dicen que el Pritzker es como el Nobel de arquitectura…
Es cierto que el Pritzker es lo que más se acerca al Nobel de Arquitectura y tiene reconocimiento internacional, pero hay que destacar que la medalla de oro del RIBA es más antigua, y todos los arquitectos del planeta desde mediados del siglo XIX la desean. Hay tres o cuatro premios que podrían ser el equivalente al Nobel [y él tiene unos cuantos, además de ser oficial de la Legión de Honor francesa].

-Brad Pitt llamó a su hija Shiloh Nouvel Jolie-Pitt porque dice que lo admira mucho. ¿Qué le parece?
Conocí a Brad Pitt a través de mi amigo Frank Gehry. Tuvimos un proyecto conjunto en Los Ángeles hace siete u ocho años. Para mí fue una sorpresa que bautizase así a su hija, y sigue siendo un misterio.

-Usted no se repite en sus trabajos, y sus edificios son muy diferentes entre sí. ¿Qué es el estilo, en su opinión?
Es la permanencia de una actitud, evidentemente una actitud intelectual, de una línea de pensamiento. No se trata en absoluto de repetir lo que ha ocurrido en el siglo XX, en el que ha habido una reducción del lenguaje formal que se repite en cualquier lugar. Eso no
es estilo, es una suerte de caricatura.

-¿Y cuál es esta línea de pensamiento suya?
Pienso que es necesario, en cada situación, responder de modo individual a las cuestiones concretas que se plantean. Por eso llamo caricaturas a las respuestas que se repiten. Yo siempre busco las particularidades, qué tiene de especial cada ciudad, cada lugar, y así encuentro el camino de cómo debo construir. Investigo la cultura, el patrimonio histórico, siempre a la búsqueda de lo que es único. Siempre hay que pensar en un lugar concreto en un momento concreto. Qué puede surgir de allí. Es todo lo contrario del fenómeno que empezó en los años 90 y dura hasta hoy, con todos esos edificios que son como paracaídas, que son los mismos en todo el planeta, que no tienen raíces, y no sabes por qué están allí ni de quién son. Es un fenómeno que puede acabar con toda la variedad cultural, con el paisaje local. Yo estoy en el lado opuesto. No es que haya que ir a la búsqueda de la hiperespecificidad, sino a la esencia de la identidad. Hay que acentuar la identificación de cada lugar.

Bloks de departamentos en Chelsea. New York.

-En el 2005, usted escribió el Manifiesto de Luisiana, donde hablaba de la arquitectura como un don.
Por eso rechazo la arquitectura clon, que responde a la moda económica del momento y no tiene en cuenta a quién va dirigida ni lo que tiene alrededor.

-Está en contra de la arquitectura que no tiene en cuenta el contexto, pero en la isla blanca de Ibiza está construyendo un llamativo edificio multicolor. ¿Le gusta provocar?
No es un edificio que se pueda hacer en cualquier parte. Estos apartamentos son para pasar las vacaciones y traducen el espíritu de la isla. Su forma serpenteante es un teatro abierto sobre la ciudadela. Es una concepción totalmente hedonista, onírica y joven de lo que es la vida en Ibiza durante las vacaciones. No hubiera hecho unos apartamentos así en una ciudad de negocios.

-En Ibiza llenará los balcones de plantas multicolores, y en el hotel Catalonia de l’Hospitalet (Barcelona) habrá un atrio que será un jardín. ¿Le gusta que la naturaleza trabaje para usted?
Todo tiene que ver con la geografía, con el paisaje. Estos edificios, que construimos en colaboración con Ribas & Ribas, no podrían estar en París o Nueva York. Representan el placer de vivir en el exterior tanto como en el interior. Son mediterráneos. Habrá buganvillas en Ibiza y palmeras en Barcelona, que no necesitan grandes cuidados y aman el sol. Son signos de apropiación de cierta actitud vital en estas latitudes.

-¿De dónde le viene el gusto por jugar con las luces y los reflejos?
Quiero que los edificios que diseño atrapen la luz y el entorno. Es un ejercicio sobre la conciencia de existir en un momento determinado.

-¿Por qué prefiere trabajar por la noche?
Es una historia personal. Si te apasionas por algo, si estás buscando una forma, una idea, no lo puedes dejar a las seis de la tarde. Cuando estamos poseídos por esa pasión, se termina mucho más tarde de lo previsto (risas). Por eso me apetece hacer una parada y salir con los amigos y la familia para comer, para hablar... De esas charlas e intercambios también surgen ideas.

-Así que mezcla placer y trabajo y convierte la sobremesa en extensión de su despacho...
Siempre he sido muy apasionado y no puedo meterme en el ritmo de los horarios establecidos, es muy difícil. Tengo necesidad de tener tiempo para mí aparte del trabajo, que se vive frecuentemente de una manera segregativa. Mi única convicción es que el trabajo debe ser parte de lo que amamos, aunque sean cosas muy simples, y de lo que llamamos los loisirs (ratos de ocio). El objetivo es que no haya fronteras entre el tiempo libre y el trabajo.

-¿Qué se prohíbe a sí mismo?
No tengo problemas en impedirme hacer ciertas cosas porque está unido a mi educación. No me apetece hacer cosas que me desagradan o imponerme a las necesidades de las personas. No voy a hacer un edificio si me parece que es idiota hacerlo. Intento mantenerme haciendo cosas que me permitan mirarme en un espejo. No quiero hacer nada de lo que luego me arrepienta. Eso es lo que nos enseña la profesión de arquitecto: uno no tiene el derecho de arrepentirse de lo que ha hecho.

-¿Y cómo sabe cuándo no debe hacer algo?
En un momento dado mido la energía que debo aportar. Trato de hacer, según mi conciencia, un proyecto lo mejor posible, lo más honestamente que sé. No puedo trabajar para alguien que no se lo toma en serio ni si no aprecio a la persona para la que trabajo, porque si no hay una dimensión afectiva, puedes caer en la perversión en cualquier momento. Si algo no me conviene, me detengo.

-Las herramientas informáticas de diseño y los avances de la ingeniería permiten hacer edificios hasta ahora inimaginables. ¿Que se puedan hacer justifica que se hagan?
La tecnología es lo que queramos que sea. La informática es fabulosa porque te permite explorar más lejos, pero al mismo tiempo permite clonar, repetir trabajos, lo que es insoportable. Si la informática sólo sirve para ganar más dinero sin profundizar en el oficio, en las soluciones, es un escándalo que está al mismo nivel que los escándalos políticos y económicos de hoy en día. Es una especie de especulación que invierte en trabajos no creativos. Es escandaloso. Por otro lado, un arquitecto, en una situación urbana cada día más complicada, necesita pensar mucho, desarrollar muchos aspectos, y los ordenadores son de mucha ayuda.

-¿Pero no hay una cierta competición por la extravagancia?
Bueno, permiten simplificar los procesos de construcción y de diseño, hacerlos más económicos. Y en eso estoy de acuerdo. Pero no podemos perder de vista que el oficio de arquitecto es hacer lo que se debe hacer de la mejor manera, no sólo se trata de ganar más.

-¿Verá algún día la luz el rascacielos que planeó en la Défense y que con 301 metros iba a competir con la torre Eiffel?
Estamos negociando con Metrovacesa, pero el tema está muy parado, por la crisis económica.

-¿Y el proyecto de levantar un nuevo barrio en Toledo?
Va lentamente. No tengo mucha información sobre su desarrollo. Este proyecto es muy importante porque habrá viviendas públicas y será respetuoso con el medio ambiente, pero se ha ralentizado por la crisis y se ha convertido en un proyecto menos ambicioso.

-¿Cómo se siente cuando ha estado trabajando mucho tiempo en un proyecto que luego no se realiza?
Es algo habitual en el trabajo de los arquitectos. Es una frustración, pero hay que continuar diseñando y diseñando. Es una frustración que se va pasando con el tiempo (risas).


Auditorio para la Filarmónica de París.
   
-¿Qué necesita tener siempre a mano?
A mi familia, a mis amigos y todo aquello que me divierte o me hace sentir bien. Ya le digo que soy un hedonista.

-Es una palabra que repite mucho. ¿Qué es para usted el hedonismo?
Es cultivar el placer de vivir. Creo que la vida es demasiado corta y que siempre hay que buscar lo positivo que tiene.

-Usted viste totalmente de negro. ¿Es por comodidad o por coquetería?
Generalmente, en Niza, visto de blanco, aunque hoy tengo que coger un avión y voy de negro. Bajo el sol siempre visto de blanco, y si no, de negro. Es un placer estético y es una dualidad cómoda.

-¿Cuál es su utopía en arquitectura?
Ir en una dirección porque es la que hay que seguir sin atender a los condicionantes políticos o económicos. Es tener siempre algo que se ambiciona, pero que no se puede tener inmediatamente.

-¿Qué resulta imprescindible para ser arquitecto?
La pasión (carcajada). Y la obstinación. Hacen falta las dos.

-Eso sirve para todo en la vida…
Pero en arquitectura son particularmente indispensables.

-¿Por qué?
Porque si uno se mete en este oficio sólo para ganar dinero como un tendero, puede hacer mucho daño.

-¿Qué opina de las ciudades que parecen museos de arquitectura?
Es un auténtico problema. Tiene que ver con los edificios paracaídas, que caen sin ton ni son en cualquier lugar. No tengo nada contra el hecho de que en un lugar determinado se levanten muchos edificios increíbles, como en Nueva York o Venecia. Pero ahora encontramos en las diferentes urbes del mundo las mismas firmas que hacen las mismas cosas. Esto es el resultado de la mundialización. Los despachos que planifican las ciudades quieren clones y recurren a los mismos arquitectos-artistas que una y otra vez levantan los mismos modelos. Y esto, efectivamente es un aspecto cultural sobre el que hay que reflexionar.

-Y además es muy aburrido.
Sí, como los museos de arte contemporáneo. En cualquier lugar del mundo siempre muestran a los mismos artistas. Es la uniformización a la que lleva la globalización. Una lástima.

-¿Y qué se puede hacer para remediarlo?
Podemos intentar no tener siempre las mismas actitudes en lugares diferentes. Es algo que corresponde a la identidad de la ciudad.

-De joven, usted creó el sindicato de arquitectos y el movimiento Marzo 1976, que defendía que los arquitectos participasen en la política urbana y la gestión del patrimonio. ¿Qué opina de los indignados?
Es muy importante que cada uno desarrolle una conciencia política personal. Estos jóvenes están haciendo un llamamiento a lo esencial y un análisis consciente de lo que es importante. Es importante que estas actitudes ajenas a los grandes partidos puedan movilizar el voto hacia una mejor democracia. Me parece pertinente que la democracia electiva pase por este filtro.
-¿Y a usted qué le indigna?
Hay tantas cosas que me indignan que no sabría por dónde comenzar. Estoy sobre todo indignado, como muchos, con la economía y los economistas, que con su juego de gran casino están empeorando las condiciones de vida de la gente. Con la globalización y los que se escudan en los mercados y entre todos están tumbando lo que tiene de positivo lo local. Hay una dimensión ética de base que no debe obviarse, y la política tiene que estar vigilante con esta evolución planetaria. Si la política abdica, estamos perdidos. Y esta creo que es una buena frase para acabar la entrevista.

VER:


Wednesday, December 14, 2011

CIUDADES AMAZÓNICAS DEL NOR-ORIENTE / ARMANDO ARTEAGA

REGIÓN SAN MARTÍN

Tarapoto

CIUDADES AMAZÓNICAS DEL NOR-ORIENTE
Por Armando Arteaga



Nuestras ciudades amazónicas son todavía en la región San Martín enigmáticamente ricas en sucesos y encuentros.  Tienen una definición urbana espontanea para con sus problemas y respuestas, que muy pronto nos ubican en los “tristes trópicos” de aquella enología urbana que brotan de sus calles.  Llenas de imágenes: inéditas, bucólicas, silvestres y bellas.

Esta parte de la amazonia es inédita para cualquier consumidor de imágenes urbanas.  No sé porqué y de dónde explora,  y explota un rapidísimo exotismo en esa remanencia de ocurrencias simples de la vida cotidiana de sus pobladores,  salidas ahora de mis recuerdos por aquellas paginas brillantes de Claude Lévi-Straus,  que vienen convocadas por mi memoria, esas escenas desprendidas de esa realidad tropical y selvática, donde la vida fluye de otra manera, más directa, sincera y natural. 


La embriaguez, no viene del uvachado o del néctar indanochado que beben sus despreocupados habitantes que convidan a los visitantes recientes, brota del rasgo inherente de la luz solar.  Depende mucho de este elemento natural para apreciar mejor toda esta arquitectura tropical que escancian belleza nativa estas edificaciones prosperas y rutinarias en el paisaje urbano –de estas ciudades amazónicas- que combinado con la plena naturaleza nos ofrecen “ergo” espectáculo de sobremanera significativa a los que quieren entender fenómenos y problemas urbanos recientes de periurbanidad y desruralización en ciudades intermedias nuestras.


 Calles de Tarapoto


La “ciudad de las palmeras” es como llaman los turistas a Tarapoto, tiene un encanto especial, es una ciudad invadida por miles de motociclistas y moto-taxis por sus calles longitudinales por donde desfilan un sinnúmero de atractivas muchachas-volantes.  Es una ciudad que avanza muy rápido en su desarrollo urbano.  Ya empieza a congestionarse su Centro Urbano, la expansión urbana hacia los distritos de Morales y la Banda del Silcayo dan muestras de congestión urbana y cambios de usos.  A la ciudad de Tarapoto le hace falta urgente un Plan de Desarrollo Urbano. 

Esta ciudad tiene mucha fuerza comercial e intercambio cultural y educativo, tiene el aeropuerto y es una urbe cosmopolita. Posee gran capacidad instalada para la actividad turística.  Y existe una relativa inyección de inversión en el área inmobiliaria.  Se están edificando nuevos hoteles y recreos campestres, pero hay déficit de servicios básicos. El transporte es una actividad muy caótica en Tarapoto, necesita terminales terrestres y un Plan Vial de urgencia que ordene y controle el consumo urbano.

San José de Sisa-El Dorado


San José de Sisa, por ejemplo, a pesar de su aire errante y rural, ostenta influencia de la arquitectura domestica costeña en las fachadas de sus casas principales ubicadas en la calle Comercio, llena de colores básicos y cálidos, predominan el celeste y el verde claro, donde hay que desempolvar cada detalle sugestivo para entender mejor la idiosincrasia de este poblador ribereño y migrante de El Dorado, que va dándole una nueva fisonomía,  con funcionalidades foráneas, u otro semblante, al centro poblado. 

Allí, uno se tropieza  con dos necesidades humanas a pleno sol, dormir y beber.  La ciudad le otorga risueñamente ambos espacios culturales para reconfortar cualquier peripecia humana de la funcionalidad respectiva del dormir y beber, antes que comer. Asir imagenes, peregrino o caminante: noble emprendedor o notable desconocido de estos lares, captar costumbres de la vida ordinaria. En “El Hotel Schratu, un lugar para descansar”, sentencia el letrero de la puerta: superará usted por siempre el cansancio adánico si duerme placenteramente bajo el cálido ambiente selvático;  o el cartesiano “Bar, La Oficina”, que a visitantes sedientos siempre ofrece posada,  y desde ya es un oasis para cualquier profano visitante.

La modernidad puede terminar arruinando a San José de Sisa, se van demoliendo casonas antiguas rusticas donde antes vivieron campesinos y ganaderos prósperos, para edificar en su lugar un cubo adefesiero de ladrillos con fachada estilo “arquitectura chicha” remplazando los antiguos techos de tejas o de “shapaja” (tejido de hojas de palmeras) por la sofocante “calamina” de zinc. El tractor de la modernidad avanza destructivamente.  Se ha demolido la antigua Iglesia Mayor de la Plaza Central,  para poner,  sabe Dios,  qué nuevo espécimen arquitectónico,  para erigirse en nombre del progreso.  A Sisa le faltaba  pavimentar sus calles principales de su casco urbano, y aunque últimamente se han pavimentado calles aceleradamente, mantiene su encanto rural,  y  pronto dejará de ser un “hiterland” para Tarapoto.

Moyobamba


Moyobamba, aparte de sus orquídeas que aumentan sus divisas y le dan una valor agregado a sus exportaciones (al lado de su actividad artesanal local), es la ciudad histórica de la región San Martín, tiene arraigo virreinal, aunque esta raigambre cultural se ha venido deteriorando por lo estragos de los diversos terremotos que ha padecido.  Sus casas de tapiales de tierra con techos de paja han ido desapareciendo con los embates del uso de materiales de construcción “nobles” en la fábrica de sus recientes edificaciones, pero mantiene el esquema de zonificación urbana de sus tradicionales barrios: Zaragoza, Calvario, Belén, y Lluchucucha.  


Hace 450 años que Alonso de Alvarado fundó esta ciudad de ambiente colonial ubicada a unos 800 m.s.n.m. en zona de Ceja de Selva y con un estupendo clima: intemperismo, fenómenos de la naturaleza, y barbarie cultural,  son factores que ayudaron a la acción de demoler su Catedral (la que aparece ahora renovada),  y muchas casonas que eran un valioso aporte -a la historia de la arquitectura peruana- de su patrimonio cultural.  Actualmente mantiene un ordenamiento urbano coherente.
Lamas

Lamas es una de las ciudades más limpias y funcionales del país.  Aquí, menos mal, no existe la dictadura del vehículo sobre el peatón.  Todas sus viviendas tienen una belleza agraz.  Arquitectura local con influencia serrana enquistada en plena selva (donde cada vez más se arrasa depredativamente el bosque). No olvidemos que aquí ha florecido una “reducción” chanka donde aún se habla quechua.  Lamas parece haberse consolidado del resultado de un éxodo de población de indios promovida por los jesuitas en el siglo XVII, es una hipótesis. Un boulevard atraviesa su centro comercial hasta desembocar en la Plaza de Armas donde se encuentra la Iglesia Mayor y la Municipalidad.  Su trama urbana es hispana pero en su periferia se consolidó el barrio Wayku en la parte baja (Urin o Llaqtachasqa): según características propias, siguiendo los designios que le otorga su caprichosa topografía.  Aquí,  en Lamas, la vida continúa siendo un sueño.

 Rioja


Rioja es la ciudad de los sombreros, sus pobladores y artesanos han mantenido esta costumbre de la artesanía de la paja de toquilla.  La gente de la ciudad de Rioja casi siempre está lista de fiesta, bien o mejor, en un discreto eterno carnaval, sus calles oxigenan: umshas, diablos y pandillas.  La noche riojana es más importante para pasar el calor y beber en la “Kollpa”, sobretodo si acompaña la música de Los Cuervos, a pura cachaza, o a puro masato.  El Cristo de Bagazán, la procesión, las retretas, los tahuampas, adornan la alegría diversa de la gente, que en cada momento indefinido inventan los riojanos efemérides fantásticas para entusiasmar al visitante. Ahora, con imaginación y pocos reales, uno se puede ir al bosque a “mitayar”, cada trocha se abre en fantasía de una “chicua agorera”, que no les cuento porque de otorongos y otros “inguanchis” no hablo ni escribo. 


 Vivienda domestica popular de Lamas

En una próxima oportunidad volveré al tema de la vivienda amazónica, la maloca o simplemente del refugio cuando hay lluvia o mucho sol debajo de un grueso tronco de pumaquiru; del rustico “pamacari” (techumbre que con las hojas de palmera se hace al camastro o “barcacoa”), o de las chozas de “huacapu”, o del “tamshi” (esas cuerdas vegetales hechas de las lianas de mismo nombre y que los arquitectos-albañiles amazónicos la usan por sus bondades en fuerza “a tracción”).  Y, que el “tunchi” me deje seguir viajando libre, silbando un “tanguiño” brasileño.

Trabajo de campo. Artículo escrito a partir de  mis notas de diversos viajes a la zona: 1990-1996.  Guión de mi conferencia "Ciudades Nor-Orientales", a los estudiantes de arquitectura de la Universidad Nacional de San Martín-Tarapoto /12-08-2011.

Tuesday, December 13, 2011

LIMA: PATRIMONIO CULTURAL DE LA HUMANIDAD


Centro Histórico de Lima

En el año 1988 la UNESCO declaró al Centro Histórico de Lima Patrimonio de la Humanidad por su originalidad y la concentración de 608 monumentos históricos construidos en la época de la presencia hispánica, especialmente dentro del espacio llamado el Damero de Pizarro.


Monday, October 31, 2011

Estudio MBM, 60 años de arquitectura / Muestra. Oriol Bohigas.

Estudio MBM, 60 años de arquitectura / Muestra.

Edificio de la Avenida Meridiana.

Los arquitectos que fundaron en 1951 el estudio MBM (Oriol Bohigas, David Mackay y Josep Martorell), recuerdan en el COAC su trayectoria.

Una muestra, ordenada cronológicamente, que se inicia con el recuerdo de unos jóvenes arquitectos que se enfrentaron a lo "falsamente clásico"  que imponía el Franquismo y que lucharon por abrir un hueco a la arquitectura moderna.

Oriol Bohigas, Josep Martorell, David Mackay, Oriol Capdevila, Francesc Gual y Lluís Pau han presentado el pasado jueves esta exposición, que se podrá visitar en el Colegi d'Arquitectes de Catalunya (Coac) hasta el próximo 9 de enero, y en la que se podrán contemplar maquetas, dibujos y fotografías (26 de Francesc Català Roca, seleccionadas de entre las 1.700 depositadas en el COAC), además de seis carteles con una selección de 216 obras, 36 por década, que el estudio ha proyectado sobre todo en Barcelona y Catalunya, pero también en otras 60 ciudades europeas.

El arquitecto Oriol Bohigas y sus compañeros del estudio MBM Arquitectos celebran 60 años dedicados a la arquitectura en una muestra antológica en el Col.legi d'Arquitectes de Catalunya (Coac).

En la dilatada trayectoria de MBM abundan los edificios de viviendas y casas unifamiliares, se repiten las sedes editoriales como CEAC (años 50), La Vanguardia y Ediciones Destino (años 60), y RBA (década del 2000), y sedes corporativas como las de Nestlé (Esplugues, años 80) o Piher en Badalona y Tudela (años 60 y 70) o institucionales como el Pabellón del Futuro en la Expo de Sevilla'92.

Son también recurrentes los proyectos de ordenación urbanística del litoral como el del Puerto de Mahón, el Puerto Olímpico de Barcelona o el Paseo Marítimo de Benidorm. Tampoco han faltado intervenciones museísticas como el Museo del Monasterio de Sant Cugat del Vallès o los dos en curso, el Museo del Diseño de Barcelona (DHUB), que se inaugurará en 2012, o el CSAC, que albergará en Parma la Casa de la Música y el Centro de Arte Contemporáneo. 

Geometria catalana de Oriol Bohigas

La muestra se recrea especialmente en los seis proyectos más recientes: el edificio para la UGT (2008), la Casa dels Xuclis (2010), el Tecnocampus de Mataró (2011), la Torre Blanca de L'Hospitalet (2011), la nueva sede de la editorial RBA (2011) y la ordenación de la nueva estación central de Parma (Italia), que se construye en la actualidad. A estas obras hay que añadir el Disseny Hub (Dhub) que se construye en la plaza de les Glòries y que está llamado a ser, con sus 30.000 m2 y su original perfil en forma de grapadora, el enésimo icono urbano de Barcelona.


Libros fundamentales para reconocer el pensamiento de Oriol Bohigas y el grupo MBM: Contra una arquitectura adjetivada y Modernidad en la arquitectura de la España Republicana.

MBM no tiene "un sello distintivo fácilmente reconocible", con el paso de las décadas, se puede decir que se repiten unas constantes: "la claridad estructural, la voluntad de dar respuesta al lugar, una búsqueda de la belleza a escala humana", reconoce Mackay.

Además Mackay reconoce ante el momento de crisis que estamos viviendo: "creemos en la continuidad del Movimiento Moderno en arquitectura, en la arquitectura para la gente, no para los poderosos, y sabemos que las ciudades siempre sobreviven". "El Movimiento Moderno ya existía durante la República, renació con el Grup R en los días grises de los años 50; se replanteó con la libertad que vino con la democracia, y floreció aún más durante los Juegos Olímpicos, cuando los políticos y la arquitectura unieron fuerzas para hacer que nuestra ciudad fuera conocida y querida en todo el mundo", ha repuesto el arquitecto de MBM.

Oriol Bohigas

Ver:

CRÍTICA A LA "CRÍTICA ARQUITECTÓNICA" / ARMANDO ARTEAGA

  De mi libro "La modernidad en la arquitectura", va un capitulo acerca de "Crítica a la "crítica arquitectónica"....