Juan Acha era aún en los comienzos de los años setenta un crítico imprescindible que había que leer con especial atención. Sus críticas de arte desde las páginas de El Comercio y sus asesorías o curadurías en las galerías limeñas de arte despertaban un enorme interés, lo mismo que, esa nueva actitud critica, fomentaba un impacto cultural entre los artistas plásticos de la época.
Tuve la suerte de escuchar muchas de sus conferencias y seguir algunas de sus actividades que motivaban “el arte en debate”, tratar de entender sus teorías acerca de la historiografía del arte, interés cultural que agitaba el mundo universitario; hasta que el año de 1971, se fue a vivir definitivamente a México, donde además brilló por su inteligencia y su vasto conocimiento en arte, diseño, arquitectura, e historia y sociología del arte.
Fue, sin lugar a dudas, un crítico de arte apasionado, de gran rigor en sus conocimientos, de expositivo discurso académico, en contraposición con los métodos tradicionales, con una apertura hacia la “modernidad” y el desarrollo de la “tecnología” aplicada tanto en la enseñanza como en la “fabrica” de la composición misma del objeto artístico, y la búsqueda de un publico de mayor conocimiento de lo visual, y hacia una democratización del consumo de las obras de arte.
Juan Wilfredo Acha Valdivieso, tal vez fue, el mas destacado intelectual y el critico de arte que se ha ocupado de estos menesteres de la “teoría del arte” y su “productividad” en América Latina, que solo tenia un equivalente con Marta Traba (con quien frecuentemente polemizaba) y Mirko Lauer (en los estudios especializados de artesanía y pintura), o para graficar nuestra comparación en la literatura con Emir Rodríguez Monegal o un critico como Ángel Rama. En el año 71, en realidad se vio forzado a irse a vivir a México, por motivos políticos y de convivencia humana que por ahora no vale la pena recordar.
Juan Acha nació en Sullana (Piura), en 1916, y falleció en México, en 1995. Estudió Ingeniería Química en Alemania. De su recorrido por Piura cuentan que estudió en el Colegio Salesiano y en el Colegio Nacional San Miguel de Piura. En al año 33, tenía como profesor al ciudadano alemán Her Eberhard quien convenció a un grupo de estudiantes para que viajaran a estudiar sus respectivas carretas profesionales a Alemania.
Viajaron con él, entre otros estudiantes, a Múnich, acompañando la delegación estudiantil, el joven poeta vanguardista Joaquín Ramos, de quien hace una interesante semblanza de su vida aniquilada por el trago amargo del alcohol, Mario Vargas Llosa, porque también lo conoció, en su respectivo libro de memorias “El pez en el agua”.
Acha ha publicado libros tan destacados para la teoría y la historiografía del arte latinoamericano, tales como: “Introducción a la teoría de los diseños” (1988); “Hacia una teoría americana del arte” (1991); “Introducción a la creatividad artística” (1992); “Expresión y apreciación artística” (1993); y “Las culturas estéticas de América Latina” (1993). Uno puede explicarse, con la lectura y reflexión de estos textos: la conjunción y la disyunción con la experiencia consagrada del reposado prestigio de algunos pintores vanguardistas latinoamericanos como el chileno Roberto Matta, el cubano Wilfredo Lam, y el esplendor de la figura retratista en el colombiano Fernando Botero, cuestionando el aspecto mercantil en el arte y una falta de ruptura con las tendencias europeas.
La misma acción “trunca” de los mexicanos David Siqueiros, Diego Rivera, Frida Khalo y Rufino Tamayo, con quienes friccionaba por el “fracaso” del muralismo para abrirle las puertas al constructivismo, a la influencia prospera del puntillismo abstracto de J. Pollock desde New York, o al auge del pop art en la generación del 50 en la pintura peruana, hasta el atractivo geometrismo de las escuelas y facultades de arquitectura y artes visuales mexicanas que apuntaban a valorar a un Vicente Rojo versus un José Luis Cuevas, en México mismo, por ejemplo.
Creo que habría que investigar, un poco, porque me atrevo a predecir que sí hubo una relación más o menos puntual con algunos pintores de la pintura piurana; creo que habría que hurgar en las obras de algunos pintores piuranos cuyas trabajos y proyectos pudieron zafarse del “tradicionalismo” para entrar en el enfoque de lo semiótico, y los aportes del estructuralismo, el sociologismo, la abstracción de las categorías estéticas, con otras interrogantes contra una practica anacrónica de los conceptos esenciales de una “modernidad” para el arte, el apuntalamiento de las artes tecnológicas industriales, de lo popular, y el fenómeno científico aplicado a la norma artística.
*